lunes, 31 de octubre de 2016

Only the lonely






Hay algo que vive dentro de mí
crece
respira
y late
revolotea como una gallina intentando volar
una larva, una sanguijuela
un grillo en mi caja torácica
un feto no deseado en el útero de una adolescente
un ratón que duerme en mis intestinos
que entro por mi culo desnudo
una solitaria que canta canciones de Roy Orbinson
un parásito que se alimenta de mis entrañas
el problema es que interrumpe mi rutina
me molesta en el trabajo
cuando bebo cerveza y trato de ver deportes
cuando trato de dormir y ningún mantra me ayuda
el medico dijo que con un simple procedimiento me desharía de ella
el problema ahora es que la necesito


Y mientras duermo entran hormigas negras por mis oídos
por la mañana escupo pájaros rojos que no saben cantar 
ella nunca sabrá esto 
 los mudos gritamos a oscuras.

jueves, 20 de octubre de 2016

Juan Escutia





Recuerdo ese amanecer. Colores, todos los colores, todos los hermosos colores, bailando en mi iris como una tribu de nativos salvajes nativos alrededor del fuego lanzando cantos ceremoniales al cielo. A ese cielo purpura que se convierte en naranja y otros cálidos tonos que estallan en el cielo esta mañana de verano. Hay fuego en el cielo y solo puedo observar asombrado y lanzar un “mierda” al aire. Estoy en cuclillas en el borde del techo en una enorme casa de tres pisos en el centro de esta ciudad de muertos en las aceras y jovencitas que salen de su hogar para nunca regresar. Es una ciudad hermosa y triste, así lo pienso en ese momento. Por las mañanas peco de optimista.

Un largo camino amarillo sale de la verga de Jesús hasta llegar a la banqueta. Imagino una pequeña Dorothy embarcándose en una gran aventura con sus diminutos zapatos rojos desplazándose por el fluyente recorrido dorado. El gran mago de Oz al final del camino, un gran charco de orina en la acera. Un gran y ridículo fraude.

Ricardo sonríe complacido, pasa su dedo índice y pulgar a través de su roja barba. Asemeja un policía corrupto de Boston de alguna película de cine negro gringo, o un viejo beodo irlandés contemplando los verdes prados de Dublín iluminado.
Faltan un par de horas para que empiece mi jornada laboral y continuo mirando el vacío, el sol me reta con su sardónica sonrisa de dios muerto y un deseo de arrojarme posee mi mente. Soy el gran Ícaro, hijo de Dédalo  y tengo alas para volar. Vuelo…Despierto a un costado de la calle, en un charco de mi vomito con un zumbido ensordecedor de avispas peleando a muerte con abejas africanas en mi cabeza y para colmo con el culo al aire. Qué vergüenza, debí haber muerto, me digo a mí mismo. Estoy sumergido en un anonadamiento paralizante, como aguantar la respiración en una alberca publica, con los ojos abiertos, el cloro y los miados infantiles quemando mis retinas, llegando a un nirvana sub-acuático.

Me llevan al hospital pero no sirve de nada: no tengo seguro médico. No recibo ningún tipo de atención pero me regalan una caja de paracetamol, nada mal. No me he dado de alta en la clínica que me corresponde porque soy flojo, irresponsable y me imagino indestructible. Además no resisto los hospitales, no me gusto el olor de ese lugar: hiede a pinol y muerte. Me crea una horrible sensación ver a la gente enferma, desvalida, a un paso de la muerte alternar con mujeres obesas en licra comiendo papitas mientras tratan de controlar niños desbocado corriendo por los pasillos. Personas en sillas de ruedas o futuros difuntos en camillas haciendo filas eternas para recibir una caja de paracetamol.

Me dejan en mi casa, Jesús el gran equilibrista y Ricardo el viejo borracho dublinés. Luce la preocupación en su rostro, su semblante difiere del de la noche anterior. Una gran celebración pagana a la vida. Parece que la mañana no les sentó bien. En cambio yo me siento de puta madre, creo que hoy no voy a trabajar.

Ese verano había abandonado la universidad. Respeto demasiado la filosofía como para tratar de ostentar el ridículo título de licenciado en la misma. Después de varias semanas de sueño interrumpido por fin cedí a los deseos de mi madre y me interne en la joven fuerza laboral. Me vi en la nómina de Block Buster. Pronto estaría acomodando inverosímiles u olvidados títulos de películas en un formato de inevitable desaparición. Obsoleto desperdicio tornasol próximo a convertirse en ornamentaría de basurero municipal. Tenía dos días trabajando y me incapacitaron dos semanas. Puedo decir que la suerte me sonríe de cerca, pelando esos dientes de oro como de rapero que ostenta. Conozco a un tipo que trabajaba en una carpintería que con tal de obtener unas vacaciones pagadas metió el meñique en el camino de una sierra eléctrica. Sobra decir que no lo incapacitaron y si extremidad quedo rebanada inútilmente. Mejor golpearse la cabeza contra el pavimento y dar hogar a un panal de avispas en tu cráneo que perder una falange. Hay que hacer sacrificios. Dos semanas pagadas de ver Nickelodeon en mi cama comiendo Doritos: las bondades de las multinacionales.

A mi regreso a labores recibí una barra de chocolate Hershey de parte de una compañera un tanto regordeta, se mostraba algo preocupada. Otro compañero, un tipo alto y desgarbado de ridícula piocha conocido en el lugar como una persona “graciosa” encontraba muy divertida mi percance. Que sabía ese pobre diablo del gran Ícaro, trapecista y amo absoluto de los cielos. Reía desparpajado y ruidoso como un radio descompuesto. Termino nombrándome Juan Escutia, como aquel fallido niño héroe. Incluso empecé a ostentar el dichoso apodo en mi gafete laboral en vez del propio. La verdad no me molestaba mucho ya que siempre ha sido mi niño héroe favorito. Mas por una cuestión azarosa debido a que el domicilio familiar se encuentra en la avenida nombrada a en su honor. Aparte de él solo recuerdo a Juan De la Barrera y a un tal Montes de Oca. Pero Escutia era especial, el gran mito de la batalla de Chapultepec. Sobresale como un suicida iluminado o un completo desquiciado. Se aventó por la ventana envuelto en el lábaro patrio y se convirtió en leyenda, bueno así recuerdo lo relatado por mi maestra de tercero de primaria. A veces entre los eternos tiempos muertos laborales formulo teorías, imagino al joven Juan corriendo despavorido con fusil en mano hacia la parte alta del castillo, al ver la inminente derrota, el fracaso de sus compañeros y la proximidad del enemigo. En el paroxismo de sus nervios no pudo visualizar una ruta de escape más adecuada que ir a parte alta como adolescente rubia en película slasher gringa, tropezar con el asta, enredarse en la bandera y salir disparado por la ventana. O tal vez lo que decía mi libro de historia de la SEP sea cierto. Juan contemplando histriónico la devastación que el enemigo propiciaba a su patria, su amada patria, la muerte, la sangre y el honor se apoderaron de él y en un momento de plena lucidez y valentía tomó la bandera, se envolvió en ella y se lanzó al vacío. Como Ícaro pensó que podría volar.


Debo admitir que el trabajo no estaba tan mal. Bueno el sueldo era una miseria pero como el cinéfilo que me creía que era, se compensaba con el préstamo de películas. Además de otras prestaciones como efectivo de la caja registradora y juegos de PlayStation que sustraía para vender en algún turbio local del Pasito. Era un empleo que sólo exigía el mínimo de mi atención y esfuerzo, así que pasaba el tiempo contemplando a las bellas mujeres que acudían a rentar películas horribles en estreno. Había varias asiduas que acudían una o dos veces por semana, solas o acompañadas. Las tenía registradas en mi memoria y en la base de datos de la tienda. Sus finos rostros, el color de su cabello, el tamaño de sus senos, la forma de sus nalgas y su olor. Dios mío, su olor Existía una chica que lograba hurtar mío total atención, era mi pequeña obsesión ¿pero quién no se inventa una obsesión teniendo un empleo tan aburrido como este? Una chica pelirroja y ese ya era motivo suficiente como para llamar la atención de cualquiera. Piel pálida que seguro sabe a leche amarga. Ojos verdes de mirada perdida y retadora. Camisetas de bandas de punk y jeans ajustados. Flaca la tipa y con ese olor mezcla de fresas con crema y cannabis. Cada semana rentaba una temporada de Los Simpson y yo la contemplaba, estudiaba y adoraba como un pagano al sol. 
A veces pensaba en apuntar su número telefónico o su correo electrónico,  ponerme en contacto con ella e invitarla a salir y porque no, pasar el resto de nuestros días juntos. Pero soy demasiado tímido, o tal vez no lo suficientemente psicópata como para hacer eso. No me armaba de valor para hablarle e impresionarla con mi vasto conocimiento cinematográfico hasta que un día, mientras me encontraba absorto en el escote de Lindsay Lohan en la portada de una comedia juvenil, escuche una voz pausada y grave, casi masculina. Era ella, la pelirroja, acompañada de un rubio pandroso enfundado en pantalones bombachos, quien demonios usa pantalones bombachos en esta década. Muérete hippie de centro comercial. Ambos olían a mariguana y pequeñas líneas rojas interrumpían el absoluto blanco de sus ojos claros. Entonces la pelirroja me pregunto si estaba Blow en renta, mi compañero largo y de sonrisa idiota se quedó pensando en cómo deletrear eso y emprendió la búsqueda en la vieja computadora. En ese momento decidí que era hora de mostrar mi genio, detrás del silencio, esa mirada absorta y pelo revuelto se encontraba un hombre culto, un cinéfilo, un crítico empírico del séptimo arte, un diamante en bruto. Entonces abrí la boca solo para confundir la obra de Michelangelo Antonioni con una película donde el joven manos de tijera interpreta al chalan de Pablo Escobar. Tal vez estaba nervioso o es difícil pensar con cientos de abejas dando vueltas en tu cráneo, pero simplemente soy medio pendejo. Y así me miró la pelirroja, con cara de pobre pendejo y se retiró dejando una estela verde en el aire. Qué vergüenza, debí haber muerto.
 Pero esto no acaba así, esta es mi historia y yo tengo el control y puedo regresar la escena si quiero. Estoy de nuevo ante la pelirroja en busca de una respuesta y le espeto que esto es un puto Blockbuster, no una mediateca municipal con títulos de cine de arte grabados en casetes de VHS, claro que no la tengo. Pero lo que si tengo en mi mochila es un cuarto de mota y las primeras ocho temporadas de Los Simpson. Iríamos a la casa de los ricos padres del rubio pandroso y nos plantaríamos ante una gran pantalla de alta definición. Fumaríamos la yerba en una gran pipa de agua, comeríamos Cheetos directamente de la bolsa y tomaríamos Tecate roja. Mi pelirroja no, ella tomaría Corona, esa son las que le gustan. Me sentaría entre los dos en un gran y lujoso sillón, postraría mis brazos alrededor de ellos, reiríamos viendo viejos episodios de Los Simpson y ella sabría con un solo atisbo de mi mirada, que todo va a estar bien.

sábado, 15 de octubre de 2016

Life is confusing at this point


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"Existen algunos momentos y ocasiones extrañas en este complejo y difícil asunto que llamamos vida, en que el hombre toma el universo entero por una broma pesadaaunque no pueda ver en ella gracia alguna y esté totalmente persuadido de que la broma corre a expensas suya".