Escaleras eléctricas devoran a mujeres en China. Estudiantes
practican sexo oral en los campos de la universidad de Chihuahua. En mi niñez las
escaleras eléctricas representaban el equivalente lumpen a una montaña rusa en
Reino Aventura, había temor, había emoción. Nunca practique sexo oral en los
campos de la universidad de Chihuahua.
Tengo veintinueve horas viendo televisión, con la laptop
sobre mis genitales, sobre el sillón en casa de mis padres, leyendo sobre
escaleras eléctricas que devoran mujeres en China y estudiantes que practican
sexo oral en los campos de la universidad de Chihuahua.
En el televisor una joven mujer de rasgos exquisitos
relata al Dr. Oz su asco y repulsión hacia el kétchup y creo estar enamorado. En
el doblaje al español lo llaman kétchup, yo lo llamo cátsup, cátsup no kétchup,
kétchup me parece chistoso. Me recuerda a una viejecita tía de mi padre que
vive hace más de seis décadas en Oxnard, California entre vacas y árboles de
aguacate, y que no habla palabra alguna de inglés, excepto kétchup, kétchup, kétchup…
Ahora la chica en la pantalla se muestra realmente
aterrada al momento que le muestran un cazo grande-parecidos a los que mi madre
usa para servir ensalada-repleto de kétchup, o mejor dicho cátsup, digámosle cátsup.
Mi madre repasa el periódico sin mucho interés y me
recrimina el hecho de estar desempleado, en pijama, durmiendo-comiendo-viviendo
sobre su sillón con la televisión encendida y la laptop sobre mis genitales
desde hace meses. Yo no puedo responder ni concentrarme en nimiedades como estabilidad laboral y prestaciones superiores a las de ley cuando
estoy encantado por una mujer de belleza inusitada que le tiene pavor a la cátsup.
Yo la protegería de la cátsup, de la kétchup y de las escaleras eléctricas que
devoran mujeres en China. Practicaríamos sexo oral en los campos de la
universidad de Chihuahua y todo estaría muy bien.