domingo, 19 de noviembre de 2017

TRASPIÉ ENTRE DOS ESTRELLAS, César Vallejo




¡Hay gentes tan desgraciadas que ni siquiera 
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo, 
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre; 
el modo, arriba; 
no me busques, la muela del olvido,a 
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír 
claros azotes en sus paladares! 

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen 
y suben por su muerte de hora en hora 
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo. 

¡Ay de tanto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas! 
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes! 
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes! 
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada! 

¡Amadas sean las orejas sánchez,        
amadas las personas que se sientan, 
amado el desconocido y su señora, 
el prójimo con mangas, cuello y ojos! 

¡Amado sea aquel que tiene chinches, 
el que lleva zapato roto bajo la lluvia, 
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, 
el que se coge b un dedo en una puerta, 
el que no tiene cumpleaños, 
el que perdió su sombra en un incendio, 
el animal, el que parece un loro, 
el que parece un hombre, el pobre rico, 
el puro miserable, el pobre pobre! 

¡Amado sea 
el que tiene hambre o sed, pero no tiene 
hambre con qué saciar toda su sed, 
ni sed con qué saciar todas sus hambres! 


¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora, ... 
el que suda de pena o de vergüenza, 
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema, 
el que paga con lo que le falta, 
el que duerme de espaldas, 
el que ya no recuerda su niñez; 
amado sea el calvo sin sombrero, 
el justo sin espinas, 
el ladrón sin rosas, rosas, 
el que lleva reloj y ha visto a Dios, 
el que tiene un honor y no fallece! 

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora           
y el hombre que ha caído y ya no llora! 

¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos! 

domingo, 12 de noviembre de 2017

I Like This. This is Good





Do I have an original thought in my head? My bald head. Maybe if I were happier my hair wouldn't be falling out. Life is short. I need to make the most of it. Today is the first day of the rest of my life. I'm a walking cliché. I really need to go to the doctor and have my leg checked. There's something wrong. A bump. The dentist called again. I'm way overdue. If I stop putting things off, I would be happier. All I do is sit on my fat ass. If my ass wasn't fat, I would be happier. I wouldn't have to wear these shirts with the tails out all the time, like that's fooling anyone. Fat ass. I should start jogging again. Five miles a day. Really do it this time. Maybe rock climbing.
I need to turn my life around. What do I need to do? I need to fall in love. I need to have a girlfriend. I need to read more and prove myself. What if I learned Russian or something, or took up an instrument. I could speak Chinese. I would be the screenwriter who speaks Chinese and plays the oboe. That would be cool. I should get my hair cut short. Stop trying to fool myself and everyone else into thinking I have a full head of hair. How pathetic is that? Just be real. Confident. Isn't that what women are attracted to? Men don't have to be attractive. But that's not true. Especially these days. Almost as much pressure on men as there is on women these days.
Why should I be made to feel I have to apologize for my existence? Maybe it's my brain chemistry. Maybe that's what's wrong with me. Bad chemistry. All my problems and anxiety can be reduced to a chemical imbalance or some kind of misfiring synapses. I need to get help for that. But I'll still be ugly though. Nothing's gonna change that.

                                                                                     +++

The real world?...The real f--king world. First of all, you write a screenplay without conflict or crisis, you'll bore your audience to tears. Secondly, nothing happens in the world? Are you out of your f--king mind? People are murdered every day. There's genocide, war, corruption. Every f--king day, somewhere in the world, somebody sacrifices his life to save somebody else. Every f--king day, someone, somewhere takes a conscious decision to destroy someone else. People find love, people lose it. For Christ's sake, a child watches a mother beaten to death on the steps of a church. Someone goes hungry. Somebody else betrays his best friend for a woman.
If you can't find that stuff in life, then you, my friend, don't know crap about life. And why the f--k are you wasting my two precious hours with your movie? I don't have any use for it! I don't have any bloody use for it.


                                                                                +++


I have to go right home. I know how to finish the script now. It ends with Kaufman driving home after his lunch with Amelia, thinking he knows how to finish the script. S--t, that's voice-over. McKee would not approve. How else can I show his thoughts? I don't know. Oh, who cares what McKee says? It feels right. Conclusive. I wonder who's gonna play me. Someone not too fat. I liked that Gerard Depardieu, but can he not do the accent?
Anyway, it's done. And that's something. So: 'Kaufman drives off from his encounter with Amelia, filled for the first time with hope.' I like this. This is good.

domingo, 5 de noviembre de 2017

¡LIBRE COMO UNA VACA, como una ostra, como una rata!




No querer nada más. Esperar, hasta que no haya nada más que esperar.
Holgazanear, dormir. Dejarte llevar por las multitudes, por las calles. Seguir las
cunetas, las verjas, el curso del agua por las riberas. Recorrer los muelles, rozar las
paredes. Perder el tiempo. Salir de todo proyecto, de toda impaciencia. Estar sin
deseo, sin despecho, sin rebeldía.
Aparecerá ante ti, al hilo del tiempo, una vida inmóvil, sin crisis, sin desorden:
ninguna aspereza, ningún desequilibrio. Minuto tras minuto, hora tras hora, día tras
día, estación tras estación, algo que nunca tendrá fin va a comenzar: tu vida vegetal,
tu vida anulada.

Vives en un paréntesis bienaventurado, en un vacío lleno de promesas y del que no esperas nada. Eres invisible, límpido, transparente. No existes ya: sucesión de horas, sucesión de días, el paso de las estaciones, el transcurrir del tiempo, tú sobrevives, sin alegría ni tristeza, sin futuro y sin pasado, así, simplemente, evidentemente, como una gota de agua que brota en el grifo de una fuente, como 6 calcetines remojados en una palangana de plástico rosa, como una mosca o como una ostra, como un árbol, como una rata.


Pero las ratas no buscan conciliar el sueño durante horas. Pero las ratas no se despiertan sobresaltadas, invadidas por el pánico, empapadas en sudor. Pero las ratas no sueñan y, ¿qué puedes hacer tú contra tus sueños?

martes, 17 de octubre de 2017

Morir en la nieve como Robert Walser





Duermo a pierna suelta 

Duermo a pierna suelta. Creo poder decir que durmiendo soy una auténtica marmota. Por lo demás, me parece conmovedor que a una tal Judith se le antojara, no ha mucho tiempo, declarar lo siguiente: “El tipo besa que es una delicia”. Dedujo esta certeza de los libros que he ido publicando hasta la fecha, libros que su alma buena frecuentaba y de cuyo contenido se empapaba en sus horas muertas para distraerse lo indecible. Que yo siempre había sido un buen ciudadano, le decía en voz baja, con una ternura indescriptible, a la gente, la cual no alcanzaba a comprender la dimensión de estas amables palabras, ni se atrevía a desmentir rotundamente la afirmación y su supuesta trascendencia, ni tampoco a grabarla en los rincones de su conciencia como algo que está fuera de toda duda. Era ella de una belleza brillante, pardusca, que se esfuerza o esforzaba siempre en darme calabazas, quiero decir en lavar mi imagen ante mis conciudadanos, por no decir que la peinaba. Un servidor puede casi sumir a la gente en un profundo sueño, tanto les fatiga el relato de mis cientos de alegrías, con las que espero, grosero como soy, haber causado más de un disgusto a las mujeres de aquí, que son más pálidas y mejores. Oh, cuánto esfuerzo inútil por iniciar relaciones y volver a romperlas al instante, con gallardía, contiene esta suposición. A mí tanto me gusta llegar como marcharme, tanto llenar hasta el tope las maletas y demás como deshacerlas con decoro y suma prudencia. ¿A quién me estoy dirigiendo? ¿Sólo a un público íntegro? Y qué otra cosa voy a contar, si no un paseo realizado con toda la felicidad del mundo en el que abundaban las preguntas como: “¿Acaso le importaría decirme luego, así, rapidito, qué camino debo tomar?”. Y es que es completamente cierto, es decir, total, rigurosa y absolutamente cierto que iba yo abatido por el agujero negro y enorme de la noche de nuestro querido universo, tranquilo, maravillosamente secreto, y que de vez en cuando me salían unas arengas que, desde el estrado del camino rural, dirigía a la mismísima cara de la naturaleza cósmica. “Oh, hay que ver cómo roncas, querido amigo, al lado de esa mujer insuperable, aunque puede que tú no te enteres y lo hagas sin mala intención”, dije entre otras cosas, refiriéndome a un compañero de trabajo, a un hombre infatigable, distinguido, que se pasa el día dando vueltas a sus problemas y que no acababa de comprender por qué había desaparecido yo de manera tan extraña en una fonda para poder acostarme como es debido. La cosa me costó en sueños una puñalada, pues me desperté sobresaltado de lo más profundo de mi pesadilla, lanzando un enorme suspiro, después de lo cual me incorporé de un salto y exclamé: “Como vuelva a ocurrir...”. El dramatismo de mi actuación no fue más allá.

Ay, con qué dificultad me arrastré por la mañana, con el estómago vacío, hasta las delicias de un banquete de miel y mermelada de zarzamora, para, disfrutando del festín, trabar enseguida amistad con la chica para todo, una muchacha graciosísima que llevaba unas trenzas que eran un encanto, hasta que me aguó la fiesta un auténtico paleto, un tipo que se acercó dando zancadas y me puso un espejo delante del rostro para que viera mi cara de faldero, lo cual, como se comprenderá, a mí me tiene sin cuidado. No sin pensar que estaría bien pagar antes el cubierto, me marché con viento fresco, con fuerzas y la panza llena, y llegué, después de salvar una montaña achaparrada, al pueblo de Villmergen, donde antiguamente, aunque a mí me pese, combatieron entre sí los cristianos, que quizás habrían hecho mejor si, en lugar de enfrentarse, hubieran tratado de entenderse y de convivir sin demasiadas hostilidades. ¿Si se dan todavía hoy disputas religiosas con armas blancas de por medio? No lo creo. La humanidad se ha tornado muy sensata. Y más allá, después de pasar junto a ese castillo con cisnes que nadan en las aguas del foso, unas aguas que reflejan la torre del castillo, está Hallwil. Ay, si hubieran visto cómo almorcé en Baden una cabeza de ternera con patatas asadas, y oído cómo una camarera, en Bremgarten, me decía: “Vaya, vaya. ¿Así que quiere marcharse?”. En mi querida Zúrich, fui inteligente y aguardé frente a las puertas de más de un parque. Soy un experto en toda clase de exquisiteces, con ellas me desenvuelvo a la perfección. Aunque ustedes no se lo crean. Con el fin de comprender todo cuanto es comprensible, siempre que es necesario llevo conmigo la comprensión más pesada y a la vez ligera e inmensa, y aún tuve tiempo de darme una vuelta por Zug. A la pequeña ciudad se le humedecieron los ojos cuando al fin —al fin— pudo verme, y puede que mienta un poquito si digo que me estrechó entre sus viejos y fríos, aunque en cierto modo también cálidos, brazos, el suyo fue un abrazo medieval. Entonces metí una perra chica por la oportuna ranura de una hucha que recaudaba fondos en beneficio as de los pobres. Un frailecito tallado en madera llevaba en brazos a un niño pequeño. El hermanito estaba detrás de una rejita muy linda, y por la rejita estuve mirando con gran atención y carita de pícaro durante mucho, mucho tiempo. El lago de Zug se extendía como un manto de seda plateado ante unos ojos, los míos, que han visto, contemplado y asimilado muchas cosas, unos ojos siempre alerta y que se iluminan a todas horas. Comiéndome un salchichón que había comprado en una charcutería, saciado el apetito, presenté mis respetos al lago. Un hombre de pelo cano me mostró el lugar en que hace tiempo se anegaron algunas viviendas, mobiliario incluido, para no resurgir nunca más. Se visitó el ayuntamiento, y diez minutos más tarde, en un restaurante, alguien, o sea yo, se arrimó cariñosamente a una mujer que, vestida de verde, estaba sentada en una silla. Su esposo dijo que no quería presenciarlo y se retiro a la cocina; alguien irrumpió en la habitación revestida de madera y exclamó: “Va usted progresando, es admirable”. “Estará refiriéndose a mí”, pensé. Me sentí terriblemente halagado. “Fritz, pórtate bien o te echo a la calle”, gritó la voz de una criada. “No es posible que se refiera a mí; sería muy descarado”, me pasó por la cabeza. Comparó el cabello de la mujer, que tenía una cabeza griega, con la potabilidad —por no decir con el buqué— del vino, amén de con las nubes rojas y brillantes que había en el cielo, y luego dijo: “Dicen que Lisboa es extraordinariamente bella. Me lo acaba de contar un caballero, y yo lo repito ahora”. “Esta velada —añadí yo— me recuerda a una de esas veladas que he vivido como en trance. Me lo acaba de contar un caballero, y ahora lo repito yo. Uno vive en sus carnes el contenido de las palabras que ha oído, ¿no cree usted?”. Después de contemplar embobado una estufa, acariciar un perro, tutear a una camarera, escribir un poema, abandonar una idea y arrimarme a otra, me senté en un tren expreso que partió traqueteando conmigo y con todas las cosas con razón de ser agitándose en mi fuero interno y todas las nobles obligaciones que aún no había cumplido hiriéndome como un rayo. Está claro que no partió sólo conmigo, sino con todos los pasajeros. Los campos bailaban como una promesa incierta. Me permitirán, y es para mí un placer, subrayar que viajaba en segunda clase. El tren avanzaba como si tirase de él una cuerda, haciendo gala de una pericia que contagió a lo más profundo de mi agitado ser. Pensé en esto y en aquello; pensé, por ejemplo, en los pecados. Aunque dar cuenta aquí causaría muy mal efecto. A propósito: confesar las cosas más diversas en un mullido asiento —también vale, hasta cierto punto, un sillón— es un verdadero desahogo. Las sombras se cernían sobre mi rostro de viajero que miraba con ojos altivos. Ay, si hubieran visto el aspecto de un servidor: parecía a la vez un sinvergüenza y un hombre profundamente resignado. Quien se prodiga mucho o poco se pone sin quererlo una especie de máscara de mármol, como si no permitiera que nadie, ni siquiera él mismo, pudiera penetrarlo. Así que, sentado en el tren, podía oír cantar a mi propio ser. A última hora me tomé una buena sopa. ¿Y ahora? Ahora pongo todo eso por escrito. No me van a temblar las manos. Tengo el espíritu tranquilo y elevado. Y ahora resulta que la gente lee esto. Gente que no he visto nunca nunca nunca y que vive aquí o allá presta ahora atención a estas líneas que sin duda merecen ser leídas y que a mí me reportan unos emolumentos que me dejo en el cabaret.

No hace mucho estaba yo con Maximilian Harden y Walther Rathenau en el zoo de Berlín, y recuerdo con pelos y señales, pese a mi mala memoria, que en el fondo es una memoria excelente, que estuvimos hablando del Simplizissimus. Es curioso que de eso haga poco tiempo. Una noche hice una broma de mal gusto sobre Holitscher. La mujer de Paul Cassirer consideró que era feo por mi parte. En el fondo, claro está, tampoco a mí me pareció bonito.

Deberíamos burlarnos siempre sólo de nosotros, nunca de los demás. ¿Por qué le toleramos tan poco al resto de la gente? ¡Oh vida llena de flaquezas, pobre y rica, finita e infinita! Otro gallo cantaría si, pese a causar un disgusto, ofreciéramos siempre nuestra mano al disgustado. (Para quien se fortalece y debilita a la vez,/ para aquel cuya alma alcanza el despertar,/ la tarea más difícil es coser y cantar.) Pues en eso consiste precisamente el arte: en convertir la necesidad en una ventaja. ¡Transformación, cuántas posibilidades albergas!


A los dos les palpitaba el corazón

A los dos les palpitaba el corazón, aunque quizá no precisamente de pasión. En vano se hacían toda suerte de reproches. Ella, tan tierna, le reprochaba a él, no menos tierno, su falta de ternura. Hasta yo tartamudeo al describir el tartamudeo de él, por el que ella ponía siempre cara de disgusto. Sin embargo, estaba mucho más disgustada por culpa de su disgusto que por culpa de él. Por lo demás, no sé, no tengo la menor idea de si se trata sólo de una frase o es poesía meditada y trufada de citas. Si pienso en cómo empalidecían estos amantes al encontrarse el uno frente al otro, me convierto en una suerte de rosa blanca, que exhala la virtuosa y mortal falta de perfume. Temblaban en la dulzura de cuanto era reprobable, o, mejor dicho, habría sido imposible censurarlos desde cualquier punto de vista; además, hubieran muerto satisfechos, se los podría haber atado con facilidad y arrojado juntos a un lago, tal era el grado de resignación que habían alcanzado. Eran almas gemelas, estaban juntos como dos suaves mejillas en un rostro. No sé por qué él no la saludaba nunca por la calle, ni si ella se lo tomaba a mal, no creo, pues cuando lo veía no pensaba en nada, y tampoco él cuando la veía a ella, se miraban y punto, y cómo se comportaban no tiene en el fondo mucha importancia. Sólo les puedo decir que tenían miedo a besarse y que no les faltaban motivos para ello, de modo que no necesitaban buscar con lupa una causa. Cuando él le rozaba las puntas de los dedos, ella sentía un placer y una emoción tan grandes que tenía que sentarse en una silla. Con su mirada llena de felicidad, él la había convertido en su glorieta, abanicada por los perfumes de la primavera. A ella eso le gustaba, pero le pidió que tuviera en cuenta qué iba a pensar la gente de ella si la veía ponerse la mano en el pecho con un gesto de entrega, como hacía para sofocar la alegría que le provocaba sentirse objeto de los divinos deseos de él y de la que parecía que iba a reventar. Por lo que puedo contar, una vez estuvieron mucho tiempo sin verse, más o menos medio año. Él se había escondido de ella para poder abrazarla con más ganas, lo que, en su opinión, y según la orientación algo rara de sus principios, sólo podía realizarse tras una larga ausencia, y apenas se le ocurrió pensar en qué es lo que podía mientras tanto pensar ella de él, aunque no se equivocó al decirse que ella nada se diría y que seguiría guardándole cariño. Su corazón seguía siendo suyo, y es más que probable que ella lo supiera. Les debo todavía una explicación acerca del beso que se dieron, aunque lo cierto es que me da mucho apuro librarme de la deuda y ofrecerles una descripción. A las cosas más bellas no les gusta demasiado ajustarse a las palabras, y sin embargo creo que podré decirlo. Se habían hecho tanto daño que les parecía casi imposible soportar los esfuerzos que debían hacer para lograr un poco de intimidad. Por cierto que he vuelto a escaquearme de tratar tan hermoso asunto para hacer lo que más me apetece —divagar en la maleza de las nimiedades—, y por poco vuelvo a olvidar de qué quería hablar. No me pidáis que os reproduzca a todo color los encantadores ojos de ella. Vivía en una guarida que acabó transformando en una dehesa, en un aromático jardín. Cuando una esclava adopta maneras de reina... Pero me detengo, pues me acabo de sorprender a punto de decir algo trivial, todos tenemos nuestro orgullo y nos sentimos también en cierto modo humillados. En fin, que ella no era ninguna excepción. Se perdieron el uno al otro, pero ¿qué significa “perderse el uno al otro?” cuando se trata de dos personas que se quieren de verdad. Sólo se perderían si dejaran de quererse, pero esto último no ocurrirá nunca. Si lo hubierais visto llorar por ella, qué hermoso estaba, como un muchacho que adora a su madre, como un niño que tiende la mano tímidamente, y la dicha por ese dolor maravilloso, y las ganas que tenía de acariciarla con ese dolor, cómo le lavó los pies con sus lágrimas, que a él le parecían deliciosas, y la alegría de mirar luego a la gente con los ojos brillantes, húmedos. Ella era tan hermosa como tímida. Algunas ya tienen a quién parecerse.


Excusas baratas

¡Ah, qué mala es la gente, qué pocilga llena de excusas el corazón humano! Las excusas baratas son extraordinariamente rápidas, y en esta rapidez se adivina algo tremendamente perezoso. Mientras hago estas declaraciones, que bien podrían ser las más sinceras que haya hecho jamás, como chocolate. Quien no es laborioso necesita de las más hermosas excusas baratas para ocultar su desgana. Una buena excusa barata es como una fortaleza. Los fundamentos no son ni de lejos tan sólidos como lo que uno no precisa justificar si alega con notable habilidad excusas baratas. Una buena excusa es un acorazado, no les aconsejo que se enfrenten a ella. Sí, el alma humana es una caja llena de maldad. Quién lo iba reconocer con más desparpajo e intensidad que el autor de estas líneas, venerado en todas partes. Lo adoran porque es un gran amante de la verdad y siempre tiene a mano alguna que otra excusa. Dar una buena excusa de esas que testimonian sangre fría ante un auditorio es tan oportuno como hacerlo ante una sola persona o personaje, como, por ejemplo, ante unos amigos a los que aprecias. El cemento no presenta ya tanta dureza como ciertas disculpas que suenan muy suaves. Ante una disculpa no hay nada que hacer porque nos parece un gesto amable. Sólo los bellacos se disculpan, afirmo. Ah, eso es terrible, ¡y me duele el corazón! Me sangra el alma porque la tengo llena de excusas, ¿y qué son las excusas sino asesinos que atacan por la espalda? Gracias a Dios hay más gente que tiene el alma atestada de excusas baratas; si no, no me atrevería ya ni a mirar el sol. Pero, mientras digo todo esto, ¿no estoy utilizando otra vez la más encantadora de las excusas? ¿Hasta qué punto no me acuso, empeñado como estoy en disculparme, en lugar de considerarme el único pecador de este mundo y desahogarme con esta alegre y generosa confesión? ¿Por qué no he ido todavía a ver a mi amada para decirle lo mucho que la quiero? No he ido porque temía que mis confesiones pudieran dañarla. Tiene una salud muy delicada. ¿Ven, señoras y señores, qué otra excusa tan maravillosa, tierna y sin lugar a dudas también barata? Por culpa de eso me sangra el corazón. En realidad, mi alma sangra por el resto de almas sangrantes que se avergüenzan de todas sus excusas y disculpas. Yo me avergüenzo de estar sensiblemente preocupado, lo que no vuelve a ser sino una excusa perfecta, redonda como una bola, de la que debería huir, pero no lo haré porque me encanta. Todos los que emplean excusas baratas se ríen de ellas, sí, pero les encantan. De modo que nos alegramos por nuestra maldad. ¡Oh, Dios! ¡Qué clase de criaturas tan lamentables somos! Aunque, bien mirado, tampoco está tan mal que sea así, ¿no? Me quejo tanto de mí como de los demás. He llegado lejos, muy lejos en el arte de presentar disculpas y de recrearme con la consiguiente y rápida excusa. Sin embargo, todos tenemos nuestros defectos, eso es algo que me consuela, ya que el consuelo va siempre tapizado de nuevo ingenio. Una cosa sí sé: las excusas baratas nos hacen interesantes, de ahí que sean sencillamente un tesoro.


El bosque de Díaz

En un bosque pintado por el francés Narcisse Virgile Díaz de la Peña (1807-1876) aparecían una madrecita y un niño. Estaban más o menos a una hora de camino del pueblo. Nudosos, los troncos de los árboles hablaban la lengua de un mundo arcaico. La madre dijo al hijo: “Creo que no deberías pegarte tanto a mis faldas. Como si yo estuviera sólo para ti. Tontito, ¿en qué estás pensando? A ti, pequeñín, te gustaría que los grandes dependieran de ti. Ay, qué tontería. Es hora de que en tu cabeza de chorlito entre un poco de reflexión, y para que eso suceda te voy a dejar solo. Ahora mismo dejarás de agarrarte a mí con tus manitas, asqueroso, pesado. Tengo motivos para estar enfadada contigo, y creo que lo estoy de verdad. Al fin y al cabo, a ti hay que hablarte en buen romance, porque, si no, serás toda tu vida un niño desvalido y de penderás constantemente de tu madre. Para saber cuánto me amas, tendrás que depender de ti mismo, ir a casa de extraños y servirles, y durante un año, o dos, o incluso más tiempo, no oirás más que palabras duras. Sólo entonces sabrás lo que he sido para ti. Si no me separo de ti, no podrás conocerme. Sí, hijito, no te esfuerzas, no tienes ni idea de qué es el esfuerzo, por no hablar de la ternura, ingrato. Tenerme siempre te convierte en un lerdo. Entonces no piensas siquiera un minuto, y eso es precisamente la lerdez. Deberías trabajar, hijo mío, y serás capaz de ello, si quieres, y no tendrás más remedio que quererlo. Tan cierto como que estoy aquí contigo en el bosque que pintó Díaz, deberás ganarte la vida con el sudor de tu frente para que en tu interior no termines convirtiéndote en un degenerado. Muchos niños se embrutecen porque se los ha mimado demasiado y nunca piensan ni aprendieron a pensar. Más tarde se convierten en damas y caballeros aparentemente hermosos y distinguidos, pero siguen siendo egoístas. Para protegerte de eso, para librarte de la crueldad y para que no te entregues a la estupidez, te trato rudamente, pues un trato demasiado esmerado no produce más que personas inconscientes y desconsideradas”. Al oír el discurso, el niño abrió los ojos lleno de espanto y se puso a temblar, y otro temblor recorrió las hojas del bosque de Díaz, pero los troncos, robustos, aguantaron. El follaje que había en el suelo murmuró: “Parece que lo que hay en este pequeño relato es muy sencillo, pero hay épocas en las que todo cuanto es sencillo y fácil de comprender escapa totalmente a la razón humana y por ello se entiende sólo con mucho esfuerzo”. Eso es lo que murmuró el follaje. La madre se había ido. El niño estaba solo. Le esperaba la tarea de orientarse en el mundo, que también es un bosque, de aprender a tener una mala opinión de sí mismo y de quitarse de encima la autocomplacencia para empezar a complacer.


Fue en aquella época, oh, en aquella época

Fue en aquella época, oh, en aquella época, cuando yo pasaba unos días soleados, jóvenes, estúpidos, anodinos y despreocupados en la pequeña ciudad de Thun, célebre por sus hermosos paisajes. Esa realidad montañesa, y luego de nuevo esa habitación vieja y oscura en la que, por así decirlo, me escondía. ¿Me escondía? ¿Por qué digo eso? No tiene ningún sentido. De momento lo digo así, sin más, y luego ya veremos si vuelvo sobre ello. ¿Y ahora qué? Ajá, ese resplandor. Sí, sí, esa dulce música como de violines, esa pieza de Viena, como quien dice medio muerta, olvidada. Sí, sí, eso es. Por lo demás, es probable que luego hable de eso con todo lujo de detalles. Será un placer volver a hacer hincapié, ya lo creo, en ese resplandor. Ahora, antes que nada, bueno, cómo decirlo en dos palabras, estábamos en la pequeña ciudad de Thun, en la que me escondía, en cierto modo, como discreto empleado de una caja de ahorros. Fue en aquella época, oh, en aquella época, cuando, en un majestuoso arrebato, le escribí a un hombre sumamente culto estas palabras: “¡Se lo ordeno!”. Fue una locura, sin duda. Pero ¿para qué se es joven, si no es para comportarse más o menos como un loco? Espero que me comprendan y recuerdo de nuevo ahora a esa dama altiva que vi hace poco en una película y que me emocionó maravillosamente con su vestido de amazona, tan ceñido. Jugueteaba con su fusta y parecía despreocupada y muy muy desdichada. Ah, qué impresión tan profunda e imborrable ejerció esa imagen sobre mí. Soy incapaz de describirla como se merece. Y en aquella época, en Thun, recibí una carta de un hombre en apariencia amable, y este hombre —puede que más tarde hable abundantemente de él— le hacía de lector a esa dama altiva que miraba a la vida sin ataduras, y ese lector editaba de hecho en aquellos días, que me siento con derecho a calificar de radiantes, una revista, una suerte de magazín en el que se publicaron unos poemas que por entonces se me ocurrieron de modo totalmente espontáneo, sin muchas ceremonias, sin pedir la conveniente autorización al respecto, saliendo de mí sin más, sobre lo cual me extenderé luego, si puedo, con más detalle. El vestido de la dama altiva me pareció de terciopelo, y así lo era en efecto, y todo su entorno se batía en duelo por ella. Inspiraba a todo el mundo un profundo respeto, y acariciaba con sus maravillosas manos perros delgados, blancos como la nieve, apacibles, y de esta manera erraba por las alturas de su vida sin hallar el camino, y yo estaba allí sentado y debía contemplar todo eso y pensaba en Thun, y luego ella se ponía a practicar esgrima con sus zapatos de tacón, y luego se presentaba alguien que quería hablar con ella. Puedo decir que la película me cautivó. Claro que me gustaría hablar de eso aún con más detenimiento, pero de momento me doy por satisfecho y les pido que lo estén ustedes también, pues en unos tiempos tan difíciles como los nuestros es absolutamente necesario que todos seamos educados, cariñosos y afables, igual que antaño lo fue Goethe, después de todo. Oh, qué orgulloso estoy de esta pequeña expresión, “después de todo”, no puedo ni decir cuánto. La señora, me refiero a esa que en la película mandaba y brillaba con grandeza, no encontraba en ningún lugar paz verdadera. De modo que estaba muy desasosegada.

¿Entienden ustedes ahora el alcance de mis palabras? En particular estaba insatisfecha con su matrimonio y buscaba, cómo no, consolarse de esa situación. Aunque, si lo logró o no, ¿quién puede saberlo? ¡Oh, qué sombrero tan majestuoso y triste llevaba! Viajaba con frecuencia. Su pobre esposo se quedaba en casa, sentado, la cabeza apoyada en las manos, y se sentía solo. Y también yo estaba sentado en la sala de proyecciones. Puede que vuelva sobre ese estar sentado, si ustedes me lo permiten. Les juzgo lo suficientemente indulgentes para hacerlo. Es tan simpático, tan extraordinariamente agradable tener una buena opinión de la gente. Trato de procurarme este placer tan a menudo como puedo, y en el fondo lo consigo casi siempre, motivo por el cual la gente me envidia muchísimo, quiero decir: a millones. Me envidio esta envidiabilidad. ¿Entienden lo que quiero decir? Y volvamos ahora a ese lector al cual he dicho que volvería llegado el caso. Me pregunto cómo se llama. Puede que aún viva, y podría molestarle que dijera su nombre. Hay que andar con cuidado para no ofender a nadie. Este es uno de nuestros deberes más nobles y elevados. Puede que esa que estaba en lo más alto de la existencia leyera de vez en cuando poesía, etc. O quizás también pintara. Lo cierto es que tenía una serie de castillos idílicamente situados y, no obstante, siempre parecía como si le faltara algo. De eso hablaremos quizás más adelante. ¿Les parece bien este género de ensayo que no avanza, verdad? ¿Les gusta? Ciertamente, lo que es yo, creo en la discreción a raudales. Estoy completamente aturdido por mi obra, dulcemente agobiado; creo que es algo hermoso. Nuestra inseguridad nos confiere calma, y la seguridad, es decir, la determinación, nos da a menudo motivos para estar inseguros. Y así me gustaría creer que os he dado una idea suficiente de mi respeto por esa mujer tan respetable que mantenía a un lector que, una vez, hace muchos años, me escribió una carta extremadamente amable y al que no nombraré por delicadeza, lo cual ya he señalado humildemente y lo digo de nuevo porque no es baladí, pues también ustedes, sin duda, creerán que es oportuno que nos respetemos unos a otros y considerarán este respeto como algo precioso e importante. Entretanto, adiós. Me llaman a la mesa.


sábado, 5 de agosto de 2017

El idiota






No pude convertirme en nada: ni en
bueno ni en malo, ni en un sinvergüenza
ni en un hombre honesto, ni en héroe ni
en insecto. Y ahora estoy alargando mis
días en mi esquina, torturándome con el
amargo e inútil consuelo de que un
hombre inteligente no puede convertirse
seriamente en nada; de que tan sólo un
idiota puede convertirse en algo.


lunes, 3 de julio de 2017

Lunes de Kafka








“Estoy en la oficina sentado frente a la puerta del director. El director no está, pero no me asombraría nada que entrara por esa puerta y me dijera: ‘Tampoco a mí me gusta usted, por tanto queda despedido’. ‘Gracias’, le diría yo, ‘necesitaba tanto este despido para poder viajar hacia ella’. ‘Ajá’, diría él, ‘ahora vuelve a gustarme y retiro lo dicho’. ‘Ah’, diría yo, ‘entonces me quedo como antes, sin poder viajar’. ‘Ah, sí’, diría él, ‘porque ahora vuelve a no gustarme y lo despido’. Y así seguiría infinitamente”.

martes, 13 de junio de 2017

Marriage, Gregory Corso









Should I get married? Should I be good?
Astound the girl next door with my velvet suit and faustus hood?
Don't take her to movies but to cemeteries
tell all about werewolf bathtubs and forked clarinets
then desire her and kiss her and all the preliminaries
and she going just so far and I understanding why
not getting angry saying You must feel! It's beautiful to feel!
Instead take her in my arms lean against an old crooked tombstone
and woo her the entire night the constellations in the sky-

When she introduces me to her parents
back straightened, hair finally combed, strangled by a tie,
should I sit with my knees together on their 3rd degree sofa
and not ask Where's the bathroom?
How else to feel other than I am,
often thinking Flash Gordon soap-
O how terrible it must be for a young man
seated before a family and the family thinking
We never saw him before! He wants our Mary Lou!
After tea and homemade cookies they ask What do you do for a living?

Should I tell them? Would they like me then?
Say All right get married, we're losing a daughter
but we're gaining a son-
And should I then ask Where's the bathroom?

O God, and the wedding! All her family and her friends
and only a handful of mine all scroungy and bearded
just wait to get at the drinks and food-
And the priest! he looking at me as if I masturbated
asking me Do you take this woman for your lawful wedded wife?
And I trembling what to say say Pie Glue!
I kiss the bride all those corny men slapping me on the back
She's all yours, boy! Ha-ha-ha!
And in their eyes you could see some obscene honeymoon going on-
Then all that absurd rice and clanky cans and shoes
Niagara Falls! Hordes of us! Husbands! Wives! Flowers! Chocolates!
All streaming into cozy hotels
All going to do the same thing tonight
The indifferent clerk he knowing what was going to happen
The lobby zombies they knowing what
The whistling elevator man he knowing
Everybody knowing! I'd almost be inclined not to do anything!
Stay up all night! Stare that hotel clerk in the eye!
Screaming: I deny honeymoon! I deny honeymoon!
running rampant into those almost climactic suites
yelling Radio belly! Cat shovel!
O I'd live in Niagara forever! in a dark cave beneath the Falls
I'd sit there the Mad Honeymooner
devising ways to break marriages, a scourge of bigamy
a saint of divorce-

But I should get married I should be good
How nice it'd be to come home to her
and sit by the fireplace and she in the kitchen
aproned young and lovely wanting my baby
and so happy about me she burns the roast beef
and comes crying to me and I get up from my big papa chair
saying Christmas teeth! Radiant brains! Apple deaf!
God what a husband I'd make! Yes, I should get married!
So much to do! Like sneaking into Mr Jones' house late at night
and cover his golf clubs with 1920 Norwegian books
Like hanging a picture of Rimbaud on the lawnmower
like pasting Tannu Tuva postage stamps all over the picket fence
like when Mrs Kindhead comes to collect for the Community Chest
grab her and tell her There are unfavorable omens in the sky!
And when the mayor comes to get my vote tell him
When are you going to stop people killing whales!
And when the milkman comes leave him a note in the bottle
Penguin dust, bring me penguin dust, I want penguin dust-

Yes if I should get married and it's Connecticut and snow
and she gives birth to a child and I am sleepless, worn,
up for nights, head bowed against a quiet window, the past behind me,
finding myself in the most common of situations a trembling man
knowledged with responsibility not twig-smear nor Roman coin soup-
O what would that be like!
Surely I'd give it for a nipple a rubber Tacitus
For a rattle a bag of broken Bach records
Tack Della Francesca all over its crib
Sew the Greek alphabet on its bib
And build for its playpen a roofless Parthenon

No, I doubt I'd be that kind of father
Not rural not snow no quiet window
but hot smelly tight New York City
seven flights up, roaches and rats in the walls
a fat Reichian wife screeching over potatoes Get a job!
And five nose running brats in love with Batman
And the neighbors all toothless and dry haired
like those hag masses of the 18th century
all wanting to come in and watch TV
The landlord wants his rent
Grocery store Blue Cross Gas & Electric Knights of Columbus
impossible to lie back and dream Telephone snow, ghost parking-
No! I should not get married! I should never get married!
But-imagine if I were married to a beautiful sophisticated woman
tall and pale wearing an elegant black dress and long black gloves
holding a cigarette holder in one hand and a highball in the other
and we lived high up in a penthouse with a huge window
from which we could see all of New York and even farther on clearer days
No, can't imagine myself married to that pleasant prison dream-

O but what about love? I forget love
not that I am incapable of love
It's just that I see love as odd as wearing shoes-
I never wanted to marry a girl who was like my mother
And Ingrid Bergman was always impossible
And there's maybe a girl now but she's already married
And I don't like men and-
But there's got to be somebody!
Because what if I'm 60 years old and not married,
all alone in a furnished room with pee stains on my underwear
and everybody else is married! All the universe married but me!

Ah, yet well I know that were a woman possible as I am possible
then marriage would be possible-
Like SHE in her lonely alien gaud waiting her Egyptian lover
so i wait-bereft of 2,000 years and the bath of life.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Un último cigarro







Camina arrastrando los pies, a duras penas, un paso a la vez. Vuelve de trabajar, turno de 12 horas, lleva así toda la semana, horas extras, es por el dinero, lo necesita. Pero ya es viernes, fin de semana, hay que celebrarlo. Se detiene en una tienda de autoservicio, compra una cajetilla de cigarros y cerillos, los necesita. Llega a su casa, se sienta en su viejo sillón, se quita los zapatos y enciende el televisor. Los noticieros anuncian cosas que a él realmente no le importan, solo quiere apagar el silencio en la habitación, sentirse menos solo.

Hoy dejo de fumar- se dice a sí mismo en voz alta.

Toma la cajetilla de cigarros, saca uno, lo pone entre sus labios, saca un cerillo de su caja, lo prende. Le da una calada, le da otra, lo disfruta. Toma el revolver de la cómoda, lo pone en su sien, da otra calada, lo disfruta, sonríe, dispara. El televisor continua encendido, una mujer de mediana edad en pronunciado escote anuncia en el noticiero nocturno que los bomberos lograron rescatar un pequeño gato atrapado en un arbol. Un final feliz para este viernes por la noche.

lunes, 1 de mayo de 2017

Go to work and do your job. Care for your children. Pay your bills. Obey the law. Buy products.





The Interview










I was nervous. I was wearing a nice pair of slacks and a button-down, long-sleeved dress shirt with a tie. The tie looked great. I looked great. Everything seemed wonderful. I was a man interviewing to get a job working for the government, but I was nervous.


I walked up to the entrance and hit a buzzer. A man replied, “NEOTAP.”


"My name is Michael Scipio,” I said. “I’m here for an interview with Rachel Heidelberg.”


The door clicked and I entered, only to find myself facing another door.


Now there was a door behind me and a door in front of me. A man stood in this space between the two doors. I looked at the man. He looked polite, slightly overweight, but still constructive and useful to society. He looked like he had never committed a crime, came from a good family, a family where no one went to jail, where people were educated and got jobs that required skill and hard work. He had lived a normal life, been properly educated. He was responsible. A responsible man doing a responsible job. I said to this man, “Can I enter?”


The man looked at me and said, “You cannot ask to go beyond that door.”


“How do I get beyond that door if I cannot ask?”


“The door will open or it will not open, then you will go through it or you will not go through it. The door behind you is now locked. You can’t go through the next door unless it opens.”


“So I cannot ask to go through the next door.”


“Correct.”


“Then how do I get to my interview?”


“I am not allowed to answer any of your questions because you are not allowed to ask any questions.”


The door clicked and I passed through it.


I entered another, bigger room.


There were two chairs and three doors here. A hallway led somewhere, but I did not know where the hallway led.


I walked up to one of the doors. It led to a room that was all windows. I told the people inside I was there for an interview.


A man came to the door. He looked to be in his mid-twenties. He didn’t smile or frown. He didn’t ask me who I was. He simply said, “Please wait. Take a seat.”


So I sat down in one of the two chairs.


No one came into the big room. I was alone. There was no music, almost no sound at all.


Ten minutes must have passed before I heard a woman’s clatter along the hallway, approaching me. She was a tall woman, mid-thirties, with long red hair.


She smiled at me. The smile was false. She was smiling because she considered it the thing to do when meeting someone. I smiled back. My smile was false. I was just trying to get a job.


She introduced herself as Rachel Heidelberg, and then gestured for me to follow her. We walked down the hallway to a small office.


She sat at a small roundtable beside a bald man who must have been close to her in age.


The man with the bald head introduced himself as Bruce Veits. He told me to sit down at the table with them.


They did not explain why Bruce was there or who he was. He was just there, staring at me.


I stared at them, Rachel and Bruce, waiting for the interview to begin. Both of them wore wedding rings.


“Tell me something about yourself,” Rachel said.


They wanted me to tell them normal things, things that made me sound like a good, reliable employee. I had to make things up. I was applying to work in a prison/treatment center. The men and women in there were criminals. It occurred to me sitting there that I had partaken in many criminal acts.


I felt compelled to tell them about the terrible things I had done, but I knew that was a bad idea. I started to feel like trying to get to a job in corrections was a bad idea, but I needed a decent job, needed health care, needed to start rebuilding my life.


I responded, “I enjoy hiking in the forest. I’ve been to the Colorado Rockies National Park three times. I have hiked up several of the mountains in the park and found it a great challenge to get up those mountains. I love to do community service, like volunteer work. I’ve helped with community gardens and the Christmas festival downtown. I enjoy spending time with my family. Without my family, you know, life wouldn’t be worth living. My family is very supportive of me and I am very supportive of them.”


Later in the interview, Rachel asked me, “What do you think causes crime?”


I sat there, recalling what I had learned in sociology class. I said, “Crime is caused by a person who grows up in a situation where the value of obeying the law is not fostered. Commonly these are low income people who the law did not favor. The poor whites, blacks and Hispanics grow up thinking that the law is not for them because the law did not help them get what they wanted out of life, so they don’t value the law because they perceive the law does not work for them. But there might be other reasons. They might be chemically imbalanced. And also there are economic reasons. Since America has lost its manufacturing base and the manufacturing jobs that remain do not pay well, the people of the lower class have fewer opportunities for decent-paying jobs, and since most of the jobs available to them hardly pay well enough to support their families, they do not receive any positive reinforcement from their employment. And some of them resort to crime.”


“No, crime is a choice. Do you not believe that crime is a choice?” Rachel said. She sounded offended by my answer.


It occurred to me that maybe I had never thought seriously about crime.


I wanted the job, so I replied, “Yes, crime is a choice.”


Rachel seemed pleased to hear this. She said, “Yes, crime is a choice. These criminals commit crimes because they choose to. We have to redirect their choices. Their choices are bad. Their choices and thoughts are incorrect. Society cannot tolerate their choices. They choose to commit crimes because they want to commit crimes. We must repress their criminal motivations. We must take their criminal thoughts and replace them with positive thoughts. Thoughts that lead to good things. Do you understand?”


I didn’t understand a thing she said, but I nodded and told her I did.


“These are career criminals. They live to manipulate. They don’t care about anyone but themselves. They don’t care about you. They don’t care about me. If they cared about people, they wouldn’t have stolen from other people. They wouldn’t have done drugs or neglected their child support. They will try to manipulate you in every way possible. They will try to get things from you. They will try to win you over so they can manipulate you. They have spent their lives complaining and crying like little babies. They are crybabies. They aren’t men or women. They are children. This is what they have chosen. They choose to be children. We have to make them into adults. Do you understand what a career criminal is, Mike?”


“A person who manipulates and steals.”


“Yes, and America needs good citizens.”


“Yes, that’s true.”


“Good, then you agree with us.”


“Of course.”


I didn’t know what I was agreeing with. According to her, people commit crimes because they want to commit crimes. They don’t steal because they want an X-Box and can’t afford it. They steal because they want to steal. They don’t do drugs because they want to escape reality or repress something, but because they have such little regard for other people that it’s criminal.


The interview was over.


I hoped I got the job.


I needed money.


I needed health care.

martes, 11 de abril de 2017

24 hour tired people





"En tus veintinueve años de vida te has librado de participar en una guerra, de sufrir, las consecuencias de un terremoto, de asistir a los devastadores efectos de un tsunami, de ver morir a tu  padre en un atentado terrorista, de los asesinatos gratuitos entre bandas callejeras, de las torturas policiales, de las violaciones en los ascensores, del exilio político, del hambre que asola a millones de familias, de las enfermedades venéreas, congénitas o terminales. En tus veintinueve años de vida, además, te has librado de ingresar en prisión por tráfico de drogas, de las mutilaciones, de los accidentes de tráfico mortales, de las estafas laborales, de la discriminación sexual, social, religiosa y racista, te has librado de los incendios en los hogares y te has librado de ese fantasma que ahora recorre Europa con el nombre del desahucio. […] te has librado de las amputaciones, de las fracturas de hueso, de las deformidades, de las picaduras de avispa, de los mordiscos de perro. […] de la varicela, de la rubeola, del sarampión y de la gripe aviar. […] del estrabismo, del labio leporino, de los pies planos, de la impotencia, de la eyaculación precoz, de la insuficiencia renal, de la leucemia, de la caspa, de la baja estatura, de la chepa y de la calvicie. […] Siendo del todo sinceros hay que añadir que hasta te has librado de esa sutil catástrofe que es la fealdad".

martes, 4 de abril de 2017

Moriré en Singapur, como un perro



Anteayer me encontré un caramelo en el Parque
Forestal. Lo recogí por curioso, en realidad
no me gustan los dulces. Para mi sorpresa, en
el papel en que venía envuelto estaba escrito
mi nombre, y el siguiente mensaje:
“Morirás en Singapur, como un perro”


De Julio Carrasco.

domingo, 19 de marzo de 2017

El rey de la maquildora







 Neta cabrón, te digo que es neta. Te lo juro así, por mi madrecita. Mi compa es ministro en Texas. Laredo, Texas. Es padrecito de esos cristianos, ves que allá en el Chuco no son católicos los güeyes, no creen en los santitos ni la virgencita como nosotros. Es compa del barrio, de la infancia, así desde chiquitos que nos dábamos nuestros chingazos. Bueno güey, el pedo es que mi compa es un desmadre. Pero cabrón, güey; a lo pendejo. Y para acabarla de chingar es padrecito ¿tú crees? Y el puto esta cagado en feria, le va chido al cabrón. Entonces vino un fin de semana a visitar a la familia, a la esposa. Porque el puto dejo a la esposa aquí y el cabrón se pelo pero como le manda sus dólares la ruca no la hace de pedo. Bueno vino el compa  y ya sabrás tú, forradote, un chingal de lana, seguro más de la que has visto en tu vida, perro. No me hagas esa cara, güey. Es coto. Y ya que andábamos en la pedota, dos, tres botellas, perico, la hielera llena de Tecate y que mi compa se prende. Quiere coger, quiere unas putas. Salió bien caliente el padrecito. Yo en caliente le digo que fuga al teibol, sacamos unas putitas, las llevamos pal motelito y que siga la party. Llegamos abriendo paso en caliente le ordena al mesero que queremos mesa adelante, junto al escenario, quiero olerle el panochón a las rucas desde mi asiento, tons le digo a mi compa que saque un billetito, se lo extiendo al mesero y se le pinta pinche sonrisota en la carota de pendejo y nos pone hasta adelante, V.I.P. veri importan pipol, carnal. Y pónganos un botellón de bucanas, unos red Bull, cocas y hielos, joven. Le digo al mesero. Total güey que ya estamos en nuestro desmadre, a risa y risa viendo a las putas y que en eso el padrecito se queda serio, serio. Helado el cabrón como si hubiera visto un fantasma. Y ora que hubo, güey- le digo. Pero el cabrón no reacciona, esta petrificado, ido, en otro mundo. Tons que volteo despacito a ver que lo tiene en trance y que miro nada mas, agárrate güey, a la esposa del padrecito en tanga roja, corpiño y unos cuernitos de diablita, tomándose un vampirito, muy quitada de la pena la cabrona. Y que digo: no mames, tu ruca, cabrón. Y el padrecito reacciona, como balde de agua fría y se levanta en chinga hasta donde está la ruca y la empieza a gritar, a hacerla de pedo. Nombre pinche panchote que le armo a la ruca. Y zas que le suelta un cachetadón bien puesto, hasta mí me dolió y zas que le suelta el otro y la vieja a llore y llore, grite y grite y que llegan los guardias del teibol y se empiezan a surtir a mi compa. Pum, pum le ponen sus vergazos en la panza, en la jeta. Lo agarra uno por la espalda y el otro se lo empieza a soltarle los derechazos. Tons le doy un facho al bucanas, me quito la camisa, así me quedo en pura de tirantes y me los empiezo a surtir. Yo solo. Neta, cabrón. Pum, pum, y de un ramalazo le doy suelo al que le estaba pegando a mi compa. Tons el otro que lo tenía agarrado se deja venir y yo nomas lo voy midiendo, tiro la finta y va un gancho al hígado. No el puto en caliente se dobla y lo agarro del brazo, le aplico un candado y le digo ya estuvo o que puto. Y el joto me dice si ya estuvo compa, ya estuvo, ahí muere. Ya en eso llega el gerente y dice a ver qué está pasando aquí y le digo muy serio, pues aquí tus simios estos se estaban jabeando a mi compa entre los dos y pues la neta así no se vale. Lo que pasa es que esta encabronado porque su señora está trabajando aquí, pero mi compa ni cuenta, como él no vive aquí pues la ruca a provecho para andar de puta, como la ve. Pero ya mi compa se tranquilizó, ¿veda cabrón? Que le dije, ya nos vamos a estar aquí tranquilos en lo que nos acabamos la botella, la acabamos de comprar, como la ve. El gerente obviamente acepto, como me iba a decir que no y total que seguimos pisteando pero el padrecito todavía andaba emputado, muy intranquilo. Y que le habla al mesero, le suelta un par de billetes y le trae dos putas a la mesa. Pero las dos putas pa el, a mí ni me pidió nada. Y que empieza el perro a agarrarse con las dos. Lengüetazos, agarrón de nalgas, de chiches, metiéndole los de dulce al panochón, no pos la neta se desato el padrecito y que volteo a ver a su señora y bien encabronada, roja, roja, ahora si como diablita. Me cago de la risa y mejor me levanto a echar la meada. Tiro los meados, me echo un pasecito y ya en lo que voy saliendo que me está esperando afuerita del baño la diablita. Le digo ¿Qué hubo? Y la cabrona se me echa encima, a beso y beso, agarrándome el fierro por encimita del pantalón, bien entradota la ruca, y que la agarro de la cintura y la echo pa atrás. Ora cabrona, calmada que eres la señora de mi compa. Y ella dice que tiene mijo, es que tú me gustas mucho, estas bien guapo y yo me rio. No mija usted es la esposa de mi compa y yo lo respeto, así que calmada, vámonos de regreso. Y en eso que vamos pa la mesa que nos topamos a mi compa de frente, se me queda viendo y luego a su ruca y dice ¿Qué hubo? Y le dice su ruca: papi ya vámonos de aquí, vámonos a seguirla a otro lado, algo más privado, me llevo unas amigas de aquí. Y el padrecito se queda pensando y luego dice y las amigas son pa este cabrón, dice señalándome a mí, o son para mí. Y lego se queda callado y con una mirada maliciosa. Lo que quieras, papi responde la ruca. Bueno yo quiero a tus amigas, a las dos, remata el padrecito. Neta te lo juro, cabrón. Así por mi madrecita. Llegamos al motel y la seguimos hasta el amanecer pisteando bucanas, periqueando, el padrecito con las dos teiboleras y yo echándole un palote a la diablita. A la esposa del padrecito, mi compa. Pinche diablita me la lleve al cielo. Soy el rey de la puta maquiladora- remata mi compañero y su sonrisa abarca todo su reino.

jueves, 16 de marzo de 2017

Prestaciones superiores a las de ley









Tengo más de 30 años- pienso cuando despierto cerca de medio día, tal vez las once, tal vez la una. No lo sé, es igual.

Tengo más de 30 años y tengo que ir al trabajo-pienso cuando me levanto de la cama y me pongo los zapatos.

Pienso en ello cuando me rasco los testículos y huelo mis sobacos.

Pienso en ello mientras preparo mi desayuno: huevos revueltos con queso, entre dos panes con mayonesa de marca genérica, papas fritas y café negro. Dos tazas.

Pienso en que tengo más de 30 años mientras me ducho y me masturbo en forma automática con imágenes guardadas en mi retina de la última mujer que tuvo la amabilidad de tener sexo conmigo.

Pienso en que tengo más de 30 años mientras me lavo los dientes, mientras me rasuro, me peino, me visto y también mientras espero en la parada del camión en este caluroso día de invierno.

Pienso un poco en mi edad y todo eso mientras veo por la ventana del transporte porque me distraigo viendo a la gente en la calle. Me pregunto a donde van o que esperan o de que hablan mientras sonríen y gesticulan y mueven los brazos por el aire de esa forma tan dramática. Me pregunto si piensan en su edad, si les gusta su trabajo o si están satisfechos con sus vidas y son felices hasta la hipérbole de diez mil soles ardiendo.

Cuando paso piezas automotrices por una gran maquina durante más de nueve horas como un autómata pienso en que tengo más de 30 años y no me gusta mucho mi trabajo.

Cuando escucho las interminables y asombrosas historias de mi compañero también pienso en ello.

Cuando me relata que fue cantante grupero y tenía mucho dinero, mujeres, autos, drogas y otros tantos lujos. A lo pendejo-dice orgulloso.

 Pienso en ello.

Cuando me cuenta que en la loquera se cogió a dos morras menor de edad adictas al foco. Y eran hermanas-dice juguetonamente. 

Pienso en ello.

Cuando dice que le dispararon en el brazo pero ni lo sintió; cuando lo agarro la policía con severos kilos de cocaína, solo duro 6 meses adentro. ¿Por qué? Porque todos me la pelan- dice solemnemente.

 Pienso en ello.

Cuando relata todas esas fantásticas aventuras pienso que tengo más de 30 años y no tengo grandes anécdotas que contar como mi compañero de trabajo.

Pienso en ello pero también pienso en otras cosas.

Pienso que me gustaba más mi trabajo cuando estaba más aislado. Cuando podía pasar más tiempo solo. Solo con mis pensamientos, con mis ideas, jugando con las palabras que flotan en mi cabeza. Tratando de encontrar algo hermoso en mi propia cotidianidad, algún significado secreto que podrías perder si no prestas atención por estar escuchando increíbles anécdotas de un trabajador de maquiladora del norte de México.

Me pregunto si otros trabajadores de maquiladora del norte de México piensan severamente en todas esas cosas absurdas y efímeras mientras pasan piezas automotrices por una enorme maquina como autómatas durante más de nueve horas.
Me pregunto si se pierden en sus pensamientos, anhelos, si piensan en la belleza inherente de la cotidianidad a la que estamos condenados.

Si mientras pasan piezas automotrices por una enorme maquina como autómatas durante más de nueve horas juegan a juntar palabras para crear algo hermoso. Tal vez al llegar a su hogar después de una jornada laboral de más de nueve horas lo pasen a papel, no lo sé. Tal vez. Tal vez lo compartan con sus amigos o con esa persona por la que arden en secreto.

Me lo pregunto pero no lo sé.

Me pregunto si los trabajadores de maquiladora del norte de México guardan un pájaro azul en su corazón.

Los maquilocos, los maquilover, los maquilosers y las maquilolitas, me pregunto si arden secretamente como incendio forestal en California y liberan al pájaro azul que habita su corazón y canta una majestuosa melodía secreta.

O si solo piensan que es jueves, un jueves cualquiera, un caluroso día de invierno. Un día de trabajo más. Otra jornada laboral de más de nueve hora de pasar piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata para sacar el sueldo, la quincena y poder pagar la hipoteca, pagar la renta, la luz, agua, gas, cable e internet; porque es necesario ver el futbol europeo y subir fotos a Facebook de tu último viaje, reunión familiar o borrachera. Para mostrarle al mundo que tienes una vida, amigos, familia, que conoces el mundo y eres feliz mientras posas con una enorme sonrisa para la foto del recuerdo.

Piensas en que necesitas dinero para alimentar a tus hijos, perros, gatos, peces y periquito.

Necesitas dinero para la gasolina que esta repinche cara por culpa del puto gobierno y maldices, escupes y vuelves a maldecir.

Necesitas dinero para cerveza, cigarros y una grapa de cocaína cuando sientes que no quieres perder esa sensación en las entrañas cuando estas en medio del vértigo de que la fiesta no acabe nunca.

Necesitas la estabilidad laboral, las prestaciones superiores a las de ley, el seguro medico, la caja de ahorro, las utilidades, el aguinaldo y los vales de despensa. Necesitas dinero. Necesitas todas esas cosas. Por eso necesitas este trabajo. Por eso necesito este trabajo. Necesito estar durante más de nueve horas  pasando piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata al mismo tiempo que un compañero me relata su asombroso fin de semana mientras pienso en todas esas palabras hermosas y misteriosas que le dan un significado a todo esto.

Pienso en ello mientras voy al baño a orinar, tomándome mi tiempo, viendo mi entorno, las paredes blancas, los altos techos, las enormes máquinas y los rostros cansados de los trabajadores de maquiladora del norte de México.

Pienso en ello mientras orino, mientras me lavo las manos, mientras me mojo la cara y observo mi rostro cansino, las ojeras, las cicatrices, la mirada esquiva y la sonrisa a medias de un trabajador de maquiladora del norte de México como yo.

Pienso en ello mientras hago tiempo junto al garrafón de agua, tomando ligeros sorbos del cono de papel. Cuando observo los rostros y cuerpos radiantes y lozanos de las jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México. Me pregunto si estudian por las mañanas, si tienen sueños y anhelos y este trabajo es solo un puente hacia su meta. O me pregunto si ya se olvidaron de sus estudios, si han decidido llevar una vida como trabajadoras de maquiladora del norte de México porque tiene hijos que alimentar, uno o tal vez dos. Porque son jóvenes y tal vez tengan el tercero más adelante. Tal vez tienen esposo, un mecánico o fontanero o piloto del transbordador espacial o también un trabajador de maquiladora del norte de México como ella. Un trabajador de maquiladora del norte de México que también es cantante grupero y tiene grandes anécdotas que contar a su compañero. Y lo más importante, me pregunto si a las lozanas y radiantes jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México gustan de los trabajadores de maquiladora del norte de México con más de 30 años y que suelen pensar en ello. Trabajadores de maquiladora del norte de México con rostros cansinos, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Yo me pregunto si prefieren a los trabajadores de maquiladora del norte de México que también son cantantes gruperos, les va muy bien y tiene grandes aventuras los fines de semana. Me pregunto todo eso mientras regreso lentamente a mi lugar de trabajo donde paso piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más de nueve horas.






Pienso en que tengo más de 30 años y todas esas otras cosas cuando me percato de reojo que mi supervisor me observa muy divertidamente, como si se estuviera contando un viejo chiste en su cabeza. Es usted un soñador despierto- me dice. Es usted un soñador despierto, sin lugar a duda mi compa- reafirma. Pero usted es un trabajador de maquiladora del norte de México y se le paga por pasar piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata durante más de nueve horas, no por soñar despierto. Si a usted se le pagara por soñar despierto esto no sería una maquiladora del norte de México, esto sería un recinto para soñar despierto del norte de México y usted sería un soñador despierto del norte de México, pero no lo es. Aquí se viene a trabajar- dice lapidario mi supervisor mientras su sonrisa se ensancha y puedo notar sus dientes manchados, su lengua jugando con su paladar y sus grandes ojos negros, cansados y esquivos. Me mira entre juguetón y altivo mientras que yo solo alcanzo a asentir o encogerme de hombros o a encogerme de hombros y luego asentir en ese preciso orden.

Pienso y pienso y no puedo dejar de pensar. Supongo que si dejara de pensar ya no sería yo, no sería un trabajador de maquiladora del norte de México de más de 30 años de rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Sería un vegetal, un caracol, un árbol en llamas en California, una planta de interior en la sala de espera de un consultorio dental, una patata que cocinara una madre para alimentar a sus hijos, para que no pasen hambre, para que crezcan fuertes y puedan concentrarse en terminar sus estudios. Convertirse en abogados, ingeniero civil, centro delantero del Real Madrid, pescador de truchas en el golfo, diseñador gráfico o algo así. Cualquier cosa menos convertirse en trabajador de maquiladora del norte de México de mas de 30 años con rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias.

Pienso un poco más mientras miro detenidamente mi charola con mi cena de comedor industrial. Miro mi estofado de carne que no parece carne y mas que estofado de carne que no parece carne diría que es un estofado de patatas. Miro los frijoles aguados, desabridos y mis tres tortillas tibias.

Pienso, pienso y sigo observando mi comida a la vez que mi compañero inusitadamente en medio de sus habituales vivencias de sábado por la noche me declara muy solemnemente que ahora es rapero, escribe versos, juega con las palabras para crear algo hermoso, algo mágico y misterioso. Es poeta. ¿Tienes algún interés en la poesía?- me pregunta mientra sus ojos se ensanchan y sus pupilas parecen grandes hoyos negros dispuesto a acabar con todo el espacio tiempo dentro del microcosmos que es una maquiladora del norte de mexico. Solo alcanzo a encogerme de hombros y mirarlo detenidamente, algo curioso. Entonces me pregunta si quiero escuchar algunos de sus versos, que parezco alguien que podría interesarle escuchar algunos versos a la hora de la cena. Pasa un tiempo y no respondo, no digo que sí, no digo que no, solo lo miro detenidamente, algo curioso. El interpreta esto como un sí, lo interpreta como quiere, porque quiere recitar sus versos hermosos, mágicos y misteriosos. Porque nada detiene a un poeta, menos un trabajador de maquiladora del norte de México. Entonces cierra los ojos y mueve mucho lo brazos y hace señas con las manos y abre mucho la boca y sus fosas nasales se ensanchan como si al recitar esos versos necesitara mas oxígeno para sus pulmones de poeta del norte de México. Y las palabras parecen salir de su boca, empujadas por su lengua y parecen flotar en el aire como tristes globos a medio inflar; y no alcanzo a distinguir palabra alguna, hay un ruido ensordecedor como olas rompiéndose en las rocas, solo lo observo mover mucho los brazos como un mimo enloquecido y así como empezó, termina. Hay silencio de nuevo y me mira detenidamente, lleno de expectativas. Miro mi charola de comida industrial, mi estofado de carne que no parece carne, pero más que estofado de carne que no parece carne diría que es un estofado de patatas. Y después miro los frijoles aguados y desabridos. También miro mis tres tristes tortillas tibias. Como olvidarme de mis tres tristes tortillas tibias. Y después lo observo a él, a mi compañero de trabajo que se ha convertido ante mis ojos en mimo-poeta y me pregunta lo que me parecieron sus globos a medio inflar. Y no le respondo que me gustaron o que no me gustaron o que no pude escucharlo por las olas estrellándose contra las rocas de esta maquiladora del norte de México. Solo lo miro detenidamente, algo curioso. Asiento o me encojo de hombros o me encojo de hombros y luego asiento, más precisamente y mi compañero de trabajo que ahora es un mimo-poeta parece satisfecho con mi respuesta. Su sonrisa crece y muestra las encías, sus cejas se arquean y se forman pliegues en su frente. ¿Tienes algún interés en la poesía?- vuelve a preguntar y se aventura a preguntar en un tono entre desafiante y divertido si soy un poeta también. Un mimo-poeta como él. Pero yo no sé nada de poesía ni de poetas o mimos. No leo poemarios porque me gusta más ver el futbol u observar por la ventana a los pájaros, o a los gatos persiguiendo a los pájaros o a los perros persiguiendo a los gatos o a los perros persiguiendo su propia cola. Y no conozco a otros poetas-mimos como él. Bueno conozco a Paquito, supongo que él también se le podría considerar un poeta-mimo. Cuando cursaba tercero de primaria o seria segundo, tal vez cuarto pero yo creo que era tercero. Bueno cuando cursaba tercero de primaria en un jueves cualquiera, un día de clases cualquiera en el que se nos enseñaba tal vez las multiplicaciones compuestas o a leer bien porque seguro que no leíamos bien llego la subdirectora que era muy menudita y vieja. Llego diáfana con un niño que no era de nuestro curso, lucia mayor, como de dos cursos arriba o solo uno y él simplemente lucia de más edad, más maduro. Usaba el pelo engominado hacia atrás y sus  zapatos brillaban de lo bien boleados que estaban. La subdirectora fingió una tos muy aparatosa para captar la atención de la maestra y de los estudiantes imberbes. Se paró en medio del salón y de forma muy solemne presento a Paquito, quien era poeta y  nos recitaría unos versos. Yo en ese tiempo no estaba muy seguro que era un poeta o la poesía, aun no lo estoy. Seguro había oído hablar de eso a mis padres o algún otro adulto. O en la televisión habría visto a Paco Stanley recitar poesía de forma dramática y afectada en medio de chistes, baile de hermosas edecanes y albures. Pensé que alguna relación mágica y misteriosa debía haber entre los llamados Pacos y la poesía. Como si al ser nombrado Paco al nacer tu destino estaba marcado como poeta. Bueno Paquito dio un paso al frente y con voz suave pero firme como un niño maduro prematuro que pronto será puberto empezó a recitar. Actuaba muy histriónicamente, movia mucho los brazos, hacia señas con las manos, abria mucho la boca, sus fosas nasales se ensanchaban como si un poeta necesitara mas oxigeno que una persona común y corriente. Apretaba los parpados como si estuviera poseído, como si las palabras hermosas, mágicas y misteriosas llegaran a él a través de un ente invisible para las personas comunes y corrientes. Pero no lo escuchaba, todo lo que escuchaba era el ruido de las olas estrellándose contra las rocas de la escuela primaria. O sencillamente no recuerdo lo que decía. Solo recuerdo que cada tanto abria los ojos, miraba hacia arriba y lanzaba una confesión a su  mamá, le recordaba que se llamaba Paquito y muy arrepentido le decía  ya no haría travesuras, como rematando la faena. Termino y parecía Dunga  después de ganar la copa del mundo en el Tazón de rosas de Los Ángeles, lleno de expectativa pero los estudiantes de tercero de primaria no sabíamos que hacer, como reaccionar ante semejante espectáculo, algunos arqueaban las cejas, otros esperaban con la boca abierta y se encogían de hombros, otros eran ajenos a todo mientras dibujaban a Vegueta pateandole el trasero a Krilin en las ultimas hojas de su cuaderno de español y le está quedando muy bien. La incertidumbre se rompió cuando la subdirectora que era menudita y vieja nos ordenó aplaudir y ella predicó con el ejemplo de forma entusiasta. De haber tendió un ramo de rosas se lo hubiera lanzado. La maestra dijo muy bien Paquito, pero la verdad no sé si se llamaba Paquito o solo lo recuerdo así, pero digamos que si se llamaba Paquito porque para ser poeta es necesario llamarse Paco. La maestra que era una mujer menudita y joven nos preguntó que nos había parecido. Los estudiantes imberbes de tercero o segundo o tal vez cuarto de primaria asentimos y lego nos encogemos de hombros al unísono, o nos encogemos de hombros y luego asentimos, más precisamente. Y ese es mi contacto con la poesía, los poetas, los Paquitos y los mimos. Quiero decírselo a mi compañero, al poeta-mimo, pero mejor me quedo callado, mirando algo curioso. Asiento y me encojo de hombros, o me encojo de hombros y asiento más precisamente. Le respondo que no, que no soy poeta y no sé nada de poesía. Soy un empleado de maquiladora del norte de México de más de 30 años, de rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa chueca. 

Y eso es todo.





Salgo a fumar. Salgo a fumar solo. Me alejo lo más posible. Saco la cajetilla de mi abrigo, porque por la noche hace frio, es invierno después de todo. Saco el encendedor de la bolsa del pantalón. Enciendo el cigarro. Fumo. A lo lejos ve a los trabajadores de maquiladora del norte de México platicando, fumando, riendo. Otros más se encuentran sentados viendo la pantalla de su teléfono móvil. Yo solo fumo. Antes de que se acabe el primer cigarro prendo otro. Fumo. Miro el cielo. Ya está anocheciendo. Hay algunos destellos distantes en el cielo. Los árboles se mecen  suavemente y algunos pájaros revolotean en el estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Veo más allá de la reja, pasan pocos automóviles por la avenida. Algunas personas entran a la farmacia de enfrente. Pasa un perro, parece perdido. Antes de que se acabe el segundo cigarro prendo otro. Fumo. Fumo un cigarrillo tras otro tratando de no volverme loco. Los pájaros siguen revoloteando en el estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Le grito a los pájaros y ellos se asustan y se van. Vuelan y se alejan. Se marchan al cálido sur, a una isla en el Caribe o de vuelta a sus nidos, al lado de su adorada familia. Se marchan a cualquier lugar lejos de aquí, de esta maquiladora del norte de México. Apago el cigarro con la suela de mi zapato. Meto las manos dentro las bolas de mi abrigo y me dirijo hacia dentro de esta maquiladora del  norte de México. A seguir pasando piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más de nueve horas.


Y eso es todo.