jueves, 16 de marzo de 2017

Prestaciones superiores a las de ley









Tengo más de 30 años- pienso cuando despierto cerca de medio día, tal vez las once, tal vez la una. No lo sé, es igual.

Tengo más de 30 años y tengo que ir al trabajo-pienso cuando me levanto de la cama y me pongo los zapatos.

Pienso en ello cuando me rasco los testículos y huelo mis sobacos.

Pienso en ello mientras preparo mi desayuno: huevos revueltos con queso, entre dos panes con mayonesa de marca genérica, papas fritas y café negro. Dos tazas.

Pienso en que tengo más de 30 años mientras me ducho y me masturbo en forma automática con imágenes guardadas en mi retina de la última mujer que tuvo la amabilidad de tener sexo conmigo.

Pienso en que tengo más de 30 años mientras me lavo los dientes, mientras me rasuro, me peino, me visto y también mientras espero en la parada del camión en este caluroso día de invierno.

Pienso un poco en mi edad y todo eso mientras veo por la ventana del transporte porque me distraigo viendo a la gente en la calle. Me pregunto a donde van o que esperan o de que hablan mientras sonríen y gesticulan y mueven los brazos por el aire de esa forma tan dramática. Me pregunto si piensan en su edad, si les gusta su trabajo o si están satisfechos con sus vidas y son felices hasta la hipérbole de diez mil soles ardiendo.

Cuando paso piezas automotrices por una gran maquina durante más de nueve horas como un autómata pienso en que tengo más de 30 años y no me gusta mucho mi trabajo.

Cuando escucho las interminables y asombrosas historias de mi compañero también pienso en ello.

Cuando me relata que fue cantante grupero y tenía mucho dinero, mujeres, autos, drogas y otros tantos lujos. A lo pendejo-dice orgulloso.

 Pienso en ello.

Cuando me cuenta que en la loquera se cogió a dos morras menor de edad adictas al foco. Y eran hermanas-dice juguetonamente. 

Pienso en ello.

Cuando dice que le dispararon en el brazo pero ni lo sintió; cuando lo agarro la policía con severos kilos de cocaína, solo duro 6 meses adentro. ¿Por qué? Porque todos me la pelan- dice solemnemente.

 Pienso en ello.

Cuando relata todas esas fantásticas aventuras pienso que tengo más de 30 años y no tengo grandes anécdotas que contar como mi compañero de trabajo.

Pienso en ello pero también pienso en otras cosas.

Pienso que me gustaba más mi trabajo cuando estaba más aislado. Cuando podía pasar más tiempo solo. Solo con mis pensamientos, con mis ideas, jugando con las palabras que flotan en mi cabeza. Tratando de encontrar algo hermoso en mi propia cotidianidad, algún significado secreto que podrías perder si no prestas atención por estar escuchando increíbles anécdotas de un trabajador de maquiladora del norte de México.

Me pregunto si otros trabajadores de maquiladora del norte de México piensan severamente en todas esas cosas absurdas y efímeras mientras pasan piezas automotrices por una enorme maquina como autómatas durante más de nueve horas.
Me pregunto si se pierden en sus pensamientos, anhelos, si piensan en la belleza inherente de la cotidianidad a la que estamos condenados.

Si mientras pasan piezas automotrices por una enorme maquina como autómatas durante más de nueve horas juegan a juntar palabras para crear algo hermoso. Tal vez al llegar a su hogar después de una jornada laboral de más de nueve horas lo pasen a papel, no lo sé. Tal vez. Tal vez lo compartan con sus amigos o con esa persona por la que arden en secreto.

Me lo pregunto pero no lo sé.

Me pregunto si los trabajadores de maquiladora del norte de México guardan un pájaro azul en su corazón.

Los maquilocos, los maquilover, los maquilosers y las maquilolitas, me pregunto si arden secretamente como incendio forestal en California y liberan al pájaro azul que habita su corazón y canta una majestuosa melodía secreta.

O si solo piensan que es jueves, un jueves cualquiera, un caluroso día de invierno. Un día de trabajo más. Otra jornada laboral de más de nueve hora de pasar piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata para sacar el sueldo, la quincena y poder pagar la hipoteca, pagar la renta, la luz, agua, gas, cable e internet; porque es necesario ver el futbol europeo y subir fotos a Facebook de tu último viaje, reunión familiar o borrachera. Para mostrarle al mundo que tienes una vida, amigos, familia, que conoces el mundo y eres feliz mientras posas con una enorme sonrisa para la foto del recuerdo.

Piensas en que necesitas dinero para alimentar a tus hijos, perros, gatos, peces y periquito.

Necesitas dinero para la gasolina que esta repinche cara por culpa del puto gobierno y maldices, escupes y vuelves a maldecir.

Necesitas dinero para cerveza, cigarros y una grapa de cocaína cuando sientes que no quieres perder esa sensación en las entrañas cuando estas en medio del vértigo de que la fiesta no acabe nunca.

Necesitas la estabilidad laboral, las prestaciones superiores a las de ley, el seguro medico, la caja de ahorro, las utilidades, el aguinaldo y los vales de despensa. Necesitas dinero. Necesitas todas esas cosas. Por eso necesitas este trabajo. Por eso necesito este trabajo. Necesito estar durante más de nueve horas  pasando piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata al mismo tiempo que un compañero me relata su asombroso fin de semana mientras pienso en todas esas palabras hermosas y misteriosas que le dan un significado a todo esto.

Pienso en ello mientras voy al baño a orinar, tomándome mi tiempo, viendo mi entorno, las paredes blancas, los altos techos, las enormes máquinas y los rostros cansados de los trabajadores de maquiladora del norte de México.

Pienso en ello mientras orino, mientras me lavo las manos, mientras me mojo la cara y observo mi rostro cansino, las ojeras, las cicatrices, la mirada esquiva y la sonrisa a medias de un trabajador de maquiladora del norte de México como yo.

Pienso en ello mientras hago tiempo junto al garrafón de agua, tomando ligeros sorbos del cono de papel. Cuando observo los rostros y cuerpos radiantes y lozanos de las jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México. Me pregunto si estudian por las mañanas, si tienen sueños y anhelos y este trabajo es solo un puente hacia su meta. O me pregunto si ya se olvidaron de sus estudios, si han decidido llevar una vida como trabajadoras de maquiladora del norte de México porque tiene hijos que alimentar, uno o tal vez dos. Porque son jóvenes y tal vez tengan el tercero más adelante. Tal vez tienen esposo, un mecánico o fontanero o piloto del transbordador espacial o también un trabajador de maquiladora del norte de México como ella. Un trabajador de maquiladora del norte de México que también es cantante grupero y tiene grandes anécdotas que contar a su compañero. Y lo más importante, me pregunto si a las lozanas y radiantes jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México gustan de los trabajadores de maquiladora del norte de México con más de 30 años y que suelen pensar en ello. Trabajadores de maquiladora del norte de México con rostros cansinos, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Yo me pregunto si prefieren a los trabajadores de maquiladora del norte de México que también son cantantes gruperos, les va muy bien y tiene grandes aventuras los fines de semana. Me pregunto todo eso mientras regreso lentamente a mi lugar de trabajo donde paso piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más de nueve horas.






Pienso en que tengo más de 30 años y todas esas otras cosas cuando me percato de reojo que mi supervisor me observa muy divertidamente, como si se estuviera contando un viejo chiste en su cabeza. Es usted un soñador despierto- me dice. Es usted un soñador despierto, sin lugar a duda mi compa- reafirma. Pero usted es un trabajador de maquiladora del norte de México y se le paga por pasar piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata durante más de nueve horas, no por soñar despierto. Si a usted se le pagara por soñar despierto esto no sería una maquiladora del norte de México, esto sería un recinto para soñar despierto del norte de México y usted sería un soñador despierto del norte de México, pero no lo es. Aquí se viene a trabajar- dice lapidario mi supervisor mientras su sonrisa se ensancha y puedo notar sus dientes manchados, su lengua jugando con su paladar y sus grandes ojos negros, cansados y esquivos. Me mira entre juguetón y altivo mientras que yo solo alcanzo a asentir o encogerme de hombros o a encogerme de hombros y luego asentir en ese preciso orden.

Pienso y pienso y no puedo dejar de pensar. Supongo que si dejara de pensar ya no sería yo, no sería un trabajador de maquiladora del norte de México de más de 30 años de rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Sería un vegetal, un caracol, un árbol en llamas en California, una planta de interior en la sala de espera de un consultorio dental, una patata que cocinara una madre para alimentar a sus hijos, para que no pasen hambre, para que crezcan fuertes y puedan concentrarse en terminar sus estudios. Convertirse en abogados, ingeniero civil, centro delantero del Real Madrid, pescador de truchas en el golfo, diseñador gráfico o algo así. Cualquier cosa menos convertirse en trabajador de maquiladora del norte de México de mas de 30 años con rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias.

Pienso un poco más mientras miro detenidamente mi charola con mi cena de comedor industrial. Miro mi estofado de carne que no parece carne y mas que estofado de carne que no parece carne diría que es un estofado de patatas. Miro los frijoles aguados, desabridos y mis tres tortillas tibias.

Pienso, pienso y sigo observando mi comida a la vez que mi compañero inusitadamente en medio de sus habituales vivencias de sábado por la noche me declara muy solemnemente que ahora es rapero, escribe versos, juega con las palabras para crear algo hermoso, algo mágico y misterioso. Es poeta. ¿Tienes algún interés en la poesía?- me pregunta mientra sus ojos se ensanchan y sus pupilas parecen grandes hoyos negros dispuesto a acabar con todo el espacio tiempo dentro del microcosmos que es una maquiladora del norte de mexico. Solo alcanzo a encogerme de hombros y mirarlo detenidamente, algo curioso. Entonces me pregunta si quiero escuchar algunos de sus versos, que parezco alguien que podría interesarle escuchar algunos versos a la hora de la cena. Pasa un tiempo y no respondo, no digo que sí, no digo que no, solo lo miro detenidamente, algo curioso. El interpreta esto como un sí, lo interpreta como quiere, porque quiere recitar sus versos hermosos, mágicos y misteriosos. Porque nada detiene a un poeta, menos un trabajador de maquiladora del norte de México. Entonces cierra los ojos y mueve mucho lo brazos y hace señas con las manos y abre mucho la boca y sus fosas nasales se ensanchan como si al recitar esos versos necesitara mas oxígeno para sus pulmones de poeta del norte de México. Y las palabras parecen salir de su boca, empujadas por su lengua y parecen flotar en el aire como tristes globos a medio inflar; y no alcanzo a distinguir palabra alguna, hay un ruido ensordecedor como olas rompiéndose en las rocas, solo lo observo mover mucho los brazos como un mimo enloquecido y así como empezó, termina. Hay silencio de nuevo y me mira detenidamente, lleno de expectativas. Miro mi charola de comida industrial, mi estofado de carne que no parece carne, pero más que estofado de carne que no parece carne diría que es un estofado de patatas. Y después miro los frijoles aguados y desabridos. También miro mis tres tristes tortillas tibias. Como olvidarme de mis tres tristes tortillas tibias. Y después lo observo a él, a mi compañero de trabajo que se ha convertido ante mis ojos en mimo-poeta y me pregunta lo que me parecieron sus globos a medio inflar. Y no le respondo que me gustaron o que no me gustaron o que no pude escucharlo por las olas estrellándose contra las rocas de esta maquiladora del norte de México. Solo lo miro detenidamente, algo curioso. Asiento o me encojo de hombros o me encojo de hombros y luego asiento, más precisamente y mi compañero de trabajo que ahora es un mimo-poeta parece satisfecho con mi respuesta. Su sonrisa crece y muestra las encías, sus cejas se arquean y se forman pliegues en su frente. ¿Tienes algún interés en la poesía?- vuelve a preguntar y se aventura a preguntar en un tono entre desafiante y divertido si soy un poeta también. Un mimo-poeta como él. Pero yo no sé nada de poesía ni de poetas o mimos. No leo poemarios porque me gusta más ver el futbol u observar por la ventana a los pájaros, o a los gatos persiguiendo a los pájaros o a los perros persiguiendo a los gatos o a los perros persiguiendo su propia cola. Y no conozco a otros poetas-mimos como él. Bueno conozco a Paquito, supongo que él también se le podría considerar un poeta-mimo. Cuando cursaba tercero de primaria o seria segundo, tal vez cuarto pero yo creo que era tercero. Bueno cuando cursaba tercero de primaria en un jueves cualquiera, un día de clases cualquiera en el que se nos enseñaba tal vez las multiplicaciones compuestas o a leer bien porque seguro que no leíamos bien llego la subdirectora que era muy menudita y vieja. Llego diáfana con un niño que no era de nuestro curso, lucia mayor, como de dos cursos arriba o solo uno y él simplemente lucia de más edad, más maduro. Usaba el pelo engominado hacia atrás y sus  zapatos brillaban de lo bien boleados que estaban. La subdirectora fingió una tos muy aparatosa para captar la atención de la maestra y de los estudiantes imberbes. Se paró en medio del salón y de forma muy solemne presento a Paquito, quien era poeta y  nos recitaría unos versos. Yo en ese tiempo no estaba muy seguro que era un poeta o la poesía, aun no lo estoy. Seguro había oído hablar de eso a mis padres o algún otro adulto. O en la televisión habría visto a Paco Stanley recitar poesía de forma dramática y afectada en medio de chistes, baile de hermosas edecanes y albures. Pensé que alguna relación mágica y misteriosa debía haber entre los llamados Pacos y la poesía. Como si al ser nombrado Paco al nacer tu destino estaba marcado como poeta. Bueno Paquito dio un paso al frente y con voz suave pero firme como un niño maduro prematuro que pronto será puberto empezó a recitar. Actuaba muy histriónicamente, movia mucho los brazos, hacia señas con las manos, abria mucho la boca, sus fosas nasales se ensanchaban como si un poeta necesitara mas oxigeno que una persona común y corriente. Apretaba los parpados como si estuviera poseído, como si las palabras hermosas, mágicas y misteriosas llegaran a él a través de un ente invisible para las personas comunes y corrientes. Pero no lo escuchaba, todo lo que escuchaba era el ruido de las olas estrellándose contra las rocas de la escuela primaria. O sencillamente no recuerdo lo que decía. Solo recuerdo que cada tanto abria los ojos, miraba hacia arriba y lanzaba una confesión a su  mamá, le recordaba que se llamaba Paquito y muy arrepentido le decía  ya no haría travesuras, como rematando la faena. Termino y parecía Dunga  después de ganar la copa del mundo en el Tazón de rosas de Los Ángeles, lleno de expectativa pero los estudiantes de tercero de primaria no sabíamos que hacer, como reaccionar ante semejante espectáculo, algunos arqueaban las cejas, otros esperaban con la boca abierta y se encogían de hombros, otros eran ajenos a todo mientras dibujaban a Vegueta pateandole el trasero a Krilin en las ultimas hojas de su cuaderno de español y le está quedando muy bien. La incertidumbre se rompió cuando la subdirectora que era menudita y vieja nos ordenó aplaudir y ella predicó con el ejemplo de forma entusiasta. De haber tendió un ramo de rosas se lo hubiera lanzado. La maestra dijo muy bien Paquito, pero la verdad no sé si se llamaba Paquito o solo lo recuerdo así, pero digamos que si se llamaba Paquito porque para ser poeta es necesario llamarse Paco. La maestra que era una mujer menudita y joven nos preguntó que nos había parecido. Los estudiantes imberbes de tercero o segundo o tal vez cuarto de primaria asentimos y lego nos encogemos de hombros al unísono, o nos encogemos de hombros y luego asentimos, más precisamente. Y ese es mi contacto con la poesía, los poetas, los Paquitos y los mimos. Quiero decírselo a mi compañero, al poeta-mimo, pero mejor me quedo callado, mirando algo curioso. Asiento y me encojo de hombros, o me encojo de hombros y asiento más precisamente. Le respondo que no, que no soy poeta y no sé nada de poesía. Soy un empleado de maquiladora del norte de México de más de 30 años, de rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa chueca. 

Y eso es todo.





Salgo a fumar. Salgo a fumar solo. Me alejo lo más posible. Saco la cajetilla de mi abrigo, porque por la noche hace frio, es invierno después de todo. Saco el encendedor de la bolsa del pantalón. Enciendo el cigarro. Fumo. A lo lejos ve a los trabajadores de maquiladora del norte de México platicando, fumando, riendo. Otros más se encuentran sentados viendo la pantalla de su teléfono móvil. Yo solo fumo. Antes de que se acabe el primer cigarro prendo otro. Fumo. Miro el cielo. Ya está anocheciendo. Hay algunos destellos distantes en el cielo. Los árboles se mecen  suavemente y algunos pájaros revolotean en el estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Veo más allá de la reja, pasan pocos automóviles por la avenida. Algunas personas entran a la farmacia de enfrente. Pasa un perro, parece perdido. Antes de que se acabe el segundo cigarro prendo otro. Fumo. Fumo un cigarrillo tras otro tratando de no volverme loco. Los pájaros siguen revoloteando en el estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Le grito a los pájaros y ellos se asustan y se van. Vuelan y se alejan. Se marchan al cálido sur, a una isla en el Caribe o de vuelta a sus nidos, al lado de su adorada familia. Se marchan a cualquier lugar lejos de aquí, de esta maquiladora del norte de México. Apago el cigarro con la suela de mi zapato. Meto las manos dentro las bolas de mi abrigo y me dirijo hacia dentro de esta maquiladora del  norte de México. A seguir pasando piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más de nueve horas.


Y eso es todo.




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