Tengo más de 30
años- pienso cuando despierto cerca de medio día, tal vez las once, tal vez la
una. No lo sé, es igual.
Tengo más de 30
años y tengo que ir al trabajo-pienso cuando me levanto de la cama y me pongo
los zapatos.
Pienso en ello cuando
me rasco los testículos y huelo mis sobacos.
Pienso en ello
mientras preparo mi desayuno: huevos revueltos con queso, entre dos panes con
mayonesa de marca genérica, papas fritas y café negro. Dos tazas.
Pienso en que
tengo más de 30 años mientras me ducho y me masturbo en forma automática con
imágenes guardadas en mi retina de la última mujer que tuvo la amabilidad de
tener sexo conmigo.
Pienso en que
tengo más de 30 años mientras me lavo los dientes, mientras me rasuro, me
peino, me visto y también mientras espero en la parada del camión en este
caluroso día de invierno.
Pienso un poco en
mi edad y todo eso mientras veo por la ventana del transporte porque me
distraigo viendo a la gente en la calle. Me pregunto a donde van o que esperan
o de que hablan mientras sonríen y gesticulan y mueven los brazos por el aire
de esa forma tan dramática. Me pregunto si piensan en su edad, si les gusta su
trabajo o si están satisfechos con sus vidas y son felices hasta la hipérbole
de diez mil soles ardiendo.
Cuando paso piezas
automotrices por una gran maquina durante más de nueve horas como un autómata
pienso en que tengo más de 30 años y no me gusta mucho mi trabajo.
Cuando escucho las
interminables y asombrosas historias de mi compañero también pienso en ello.
Cuando me relata
que fue cantante grupero y tenía mucho dinero, mujeres, autos, drogas y otros
tantos lujos. A lo pendejo-dice orgulloso.
Pienso en ello.
Pienso en ello.
Cuando me cuenta
que en la loquera se cogió a dos morras menor de edad adictas al foco. Y eran hermanas-dice
juguetonamente.
Pienso en ello.
Pienso en ello.
Cuando dice que le
dispararon en el brazo pero ni lo sintió; cuando lo agarro la policía con
severos kilos de cocaína, solo duro 6 meses adentro. ¿Por qué? Porque todos me
la pelan- dice solemnemente.
Pienso en ello.
Cuando relata todas esas fantásticas aventuras pienso que tengo más de 30 años y no tengo grandes anécdotas que contar como mi compañero de trabajo.
Pienso en ello.
Cuando relata todas esas fantásticas aventuras pienso que tengo más de 30 años y no tengo grandes anécdotas que contar como mi compañero de trabajo.
Pienso en ello
pero también pienso en otras cosas.
Pienso que me
gustaba más mi trabajo cuando estaba más aislado. Cuando podía pasar más tiempo
solo. Solo con mis pensamientos, con mis ideas, jugando con las palabras que flotan
en mi cabeza. Tratando de encontrar algo hermoso en mi propia cotidianidad,
algún significado secreto que podrías perder si no prestas atención por estar
escuchando increíbles anécdotas de un trabajador de maquiladora del norte de
México.
Me pregunto si
otros trabajadores de maquiladora del norte de México piensan severamente en
todas esas cosas absurdas y efímeras mientras pasan piezas automotrices por una
enorme maquina como autómatas durante más de nueve horas.
Me pregunto si se
pierden en sus pensamientos, anhelos, si piensan en la belleza inherente de la
cotidianidad a la que estamos condenados.
Si mientras pasan
piezas automotrices por una enorme maquina como autómatas durante más de nueve
horas juegan a juntar palabras para crear algo hermoso. Tal vez al llegar a su
hogar después de una jornada laboral de más de nueve horas lo pasen a papel, no
lo sé. Tal vez. Tal vez lo compartan con sus amigos o con esa persona por la
que arden en secreto.
Me lo pregunto
pero no lo sé.
Me pregunto si los
trabajadores de maquiladora del norte de México guardan un pájaro azul en su
corazón.
Los maquilocos,
los maquilover, los maquilosers y las maquilolitas, me pregunto si arden secretamente
como incendio forestal en California y liberan al pájaro azul que habita su
corazón y canta una majestuosa melodía secreta.
O si solo piensan
que es jueves, un jueves cualquiera, un caluroso día de invierno. Un día de
trabajo más. Otra jornada laboral de más de nueve hora de pasar piezas
automotrices por una enorme máquina de forma autómata para sacar el sueldo, la
quincena y poder pagar la hipoteca, pagar la renta, la luz, agua, gas, cable e
internet; porque es necesario ver el futbol europeo y subir fotos a Facebook de
tu último viaje, reunión familiar o borrachera. Para mostrarle al mundo que
tienes una vida, amigos, familia, que conoces el mundo y eres feliz mientras
posas con una enorme sonrisa para la foto del recuerdo.
Piensas en que
necesitas dinero para alimentar a tus hijos, perros, gatos, peces y periquito.
Necesitas dinero
para la gasolina que esta repinche cara por culpa del puto gobierno y maldices,
escupes y vuelves a maldecir.
Necesitas dinero
para cerveza, cigarros y una grapa de cocaína cuando sientes que no quieres
perder esa sensación en las entrañas cuando estas en medio del vértigo de que
la fiesta no acabe nunca.
Necesitas la estabilidad laboral, las prestaciones superiores a las de ley, el seguro medico, la caja de ahorro, las utilidades, el aguinaldo y los vales de despensa. Necesitas dinero. Necesitas todas
esas cosas. Por eso necesitas este trabajo. Por eso necesito este trabajo.
Necesito estar durante más de nueve horas
pasando piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata al
mismo tiempo que un compañero me relata su asombroso fin de semana mientras
pienso en todas esas palabras hermosas y misteriosas que le dan un significado
a todo esto.
Pienso en ello
mientras voy al baño a orinar, tomándome mi tiempo, viendo mi entorno, las
paredes blancas, los altos techos, las enormes máquinas y los rostros cansados
de los trabajadores de maquiladora del norte de México.
Pienso en ello
mientras orino, mientras me lavo las manos, mientras me mojo la cara y observo
mi rostro cansino, las ojeras, las cicatrices, la mirada esquiva y la sonrisa a
medias de un trabajador de maquiladora del norte de México como yo.
Pienso en ello
mientras hago tiempo junto al garrafón de agua, tomando ligeros sorbos del cono
de papel. Cuando observo los rostros y cuerpos radiantes y lozanos de las
jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México. Me pregunto si
estudian por las mañanas, si tienen sueños y anhelos y este trabajo es solo un
puente hacia su meta. O me pregunto si ya se olvidaron de sus estudios, si han
decidido llevar una vida como trabajadoras de maquiladora del norte de México
porque tiene hijos que alimentar, uno o tal vez dos. Porque son jóvenes y tal
vez tengan el tercero más adelante. Tal vez tienen esposo, un mecánico o
fontanero o piloto del transbordador espacial o también un trabajador de
maquiladora del norte de México como ella. Un trabajador de maquiladora del
norte de México que también es cantante grupero y tiene grandes anécdotas que
contar a su compañero. Y lo más importante, me pregunto si a las lozanas y
radiantes jóvenes trabajadoras de maquiladora del norte de México gustan de los
trabajadores de maquiladora del norte de México con más de 30 años y que suelen
pensar en ello. Trabajadores de maquiladora del norte de México con rostros
cansinos, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Yo me pregunto
si prefieren a los trabajadores de maquiladora del norte de México que también
son cantantes gruperos, les va muy bien y tiene grandes aventuras los fines de
semana. Me pregunto todo eso mientras regreso lentamente a mi lugar de trabajo
donde paso piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más
de nueve horas.
Pienso en que tengo más de 30 años y todas esas otras cosas cuando me percato de reojo que mi supervisor me observa muy divertidamente, como si se estuviera contando un viejo chiste en su cabeza. Es usted un soñador despierto- me dice. Es usted un soñador despierto, sin lugar a duda mi compa- reafirma. Pero usted es un trabajador de maquiladora del norte de México y se le paga por pasar piezas automotrices por una enorme máquina de forma autómata durante más de nueve horas, no por soñar despierto. Si a usted se le pagara por soñar despierto esto no sería una maquiladora del norte de México, esto sería un recinto para soñar despierto del norte de México y usted sería un soñador despierto del norte de México, pero no lo es. Aquí se viene a trabajar- dice lapidario mi supervisor mientras su sonrisa se ensancha y puedo notar sus dientes manchados, su lengua jugando con su paladar y sus grandes ojos negros, cansados y esquivos. Me mira entre juguetón y altivo mientras que yo solo alcanzo a asentir o encogerme de hombros o a encogerme de hombros y luego asentir en ese preciso orden.
Pienso y pienso y
no puedo dejar de pensar. Supongo que si dejara de pensar ya no sería yo, no sería
un trabajador de maquiladora del norte de México de más de 30 años de rostro
cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias. Sería un
vegetal, un caracol, un árbol en llamas en California, una planta de interior
en la sala de espera de un consultorio dental, una patata que cocinara una
madre para alimentar a sus hijos, para que no pasen hambre, para que crezcan
fuertes y puedan concentrarse en terminar sus estudios. Convertirse en
abogados, ingeniero civil, centro delantero del Real Madrid, pescador de
truchas en el golfo, diseñador gráfico o algo así. Cualquier cosa menos
convertirse en trabajador de maquiladora del norte de México de mas de 30 años
con rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa a medias.
Pienso un poco más
mientras miro detenidamente mi charola con mi cena de comedor industrial. Miro
mi estofado de carne que no parece carne y mas que estofado de carne que no parece
carne diría que es un estofado de patatas. Miro los frijoles aguados,
desabridos y mis tres tortillas tibias.
Pienso, pienso y
sigo observando mi comida a la vez que mi compañero inusitadamente en medio de
sus habituales vivencias de sábado por la noche me declara muy solemnemente que
ahora es rapero, escribe versos, juega con las palabras para crear algo
hermoso, algo mágico y misterioso. Es poeta. ¿Tienes algún interés en la
poesía?- me pregunta mientra sus ojos se ensanchan y sus pupilas parecen
grandes hoyos negros dispuesto a acabar con todo el espacio tiempo dentro del
microcosmos que es una maquiladora del norte de mexico. Solo alcanzo a
encogerme de hombros y mirarlo detenidamente, algo curioso. Entonces me
pregunta si quiero escuchar algunos de sus versos, que parezco alguien que
podría interesarle escuchar algunos versos a la hora de la cena. Pasa un tiempo
y no respondo, no digo que sí, no digo que no, solo lo miro detenidamente, algo
curioso. El interpreta esto como un sí, lo interpreta como quiere, porque
quiere recitar sus versos hermosos, mágicos y misteriosos. Porque nada detiene
a un poeta, menos un trabajador de maquiladora del norte de México. Entonces
cierra los ojos y mueve mucho lo brazos y hace señas con las manos y abre mucho
la boca y sus fosas nasales se ensanchan como si al recitar esos versos
necesitara mas oxígeno para sus pulmones de poeta del norte de México. Y las
palabras parecen salir de su boca, empujadas por su lengua y parecen flotar en
el aire como tristes globos a medio inflar; y no alcanzo a distinguir palabra
alguna, hay un ruido ensordecedor como olas rompiéndose en las rocas, solo lo
observo mover mucho los brazos como un mimo enloquecido y así como empezó,
termina. Hay silencio de nuevo y me mira detenidamente, lleno de expectativas.
Miro mi charola de comida industrial, mi estofado de carne que no parece carne,
pero más que estofado de carne que no parece carne diría que es un estofado de
patatas. Y después miro los frijoles aguados y desabridos. También miro mis
tres tristes tortillas tibias. Como olvidarme de mis tres tristes tortillas
tibias. Y después lo observo a él, a mi compañero de trabajo que se ha
convertido ante mis ojos en mimo-poeta y me pregunta lo que me parecieron sus
globos a medio inflar. Y no le respondo que me gustaron o que no me gustaron o
que no pude escucharlo por las olas estrellándose contra las rocas de esta
maquiladora del norte de México. Solo lo miro detenidamente, algo curioso.
Asiento o me encojo de hombros o me encojo de hombros y luego asiento, más
precisamente y mi compañero de trabajo que ahora es un mimo-poeta parece
satisfecho con mi respuesta. Su sonrisa crece y muestra las encías, sus cejas
se arquean y se forman pliegues en su frente. ¿Tienes algún interés en la
poesía?- vuelve a preguntar y se aventura a preguntar en un tono entre
desafiante y divertido si soy un poeta también. Un mimo-poeta como él. Pero yo
no sé nada de poesía ni de poetas o mimos. No leo poemarios porque me gusta más
ver el futbol u observar por la ventana a los pájaros, o a los gatos
persiguiendo a los pájaros o a los perros persiguiendo a los gatos o a los
perros persiguiendo su propia cola. Y no conozco a otros poetas-mimos como él.
Bueno conozco a Paquito, supongo que él también se le podría considerar un
poeta-mimo. Cuando cursaba tercero de primaria o seria segundo, tal vez cuarto
pero yo creo que era tercero. Bueno cuando cursaba tercero de primaria en un
jueves cualquiera, un día de clases cualquiera en el que se nos enseñaba tal
vez las multiplicaciones compuestas o a leer bien porque seguro que no leíamos
bien llego la subdirectora que era muy menudita y vieja. Llego diáfana con un
niño que no era de nuestro curso, lucia mayor, como de dos cursos arriba o solo
uno y él simplemente lucia de más edad, más maduro. Usaba el pelo engominado
hacia atrás y sus zapatos brillaban de
lo bien boleados que estaban. La subdirectora fingió una tos muy aparatosa para
captar la atención de la maestra y de los estudiantes imberbes. Se paró en
medio del salón y de forma muy solemne presento a Paquito, quien era poeta
y nos recitaría unos versos. Yo en ese
tiempo no estaba muy seguro que era un poeta o la poesía, aun no lo estoy.
Seguro había oído hablar de eso a mis padres o algún otro adulto. O en la
televisión habría visto a Paco Stanley recitar poesía de forma dramática y
afectada en medio de chistes, baile de hermosas edecanes y albures. Pensé que
alguna relación mágica y misteriosa debía haber entre los llamados Pacos y la
poesía. Como si al ser nombrado Paco al nacer tu destino estaba marcado como
poeta. Bueno Paquito dio un paso al frente y con voz suave pero firme como un
niño maduro prematuro que pronto será puberto empezó a recitar. Actuaba muy
histriónicamente, movia mucho los brazos, hacia señas con las manos, abria
mucho la boca, sus fosas nasales se ensanchaban como si un poeta necesitara mas
oxigeno que una persona común y corriente. Apretaba los parpados como si
estuviera poseído, como si las palabras hermosas, mágicas y misteriosas
llegaran a él a través de un ente invisible para las personas comunes y corrientes.
Pero no lo escuchaba, todo lo que escuchaba era el ruido de las olas
estrellándose contra las rocas de la escuela primaria. O sencillamente no
recuerdo lo que decía. Solo recuerdo que cada tanto abria los ojos, miraba
hacia arriba y lanzaba una confesión a su
mamá, le recordaba que se llamaba Paquito y muy arrepentido le decía ya no haría travesuras, como rematando la
faena. Termino y parecía Dunga después
de ganar la copa del mundo en el Tazón de rosas de Los Ángeles, lleno de
expectativa pero los estudiantes de tercero de primaria no sabíamos que hacer,
como reaccionar ante semejante espectáculo, algunos arqueaban las cejas, otros
esperaban con la boca abierta y se encogían de hombros, otros eran ajenos a
todo mientras dibujaban a Vegueta pateandole el trasero a Krilin en las ultimas hojas
de su cuaderno de español y le está quedando muy bien. La incertidumbre se rompió
cuando la subdirectora que era menudita y vieja nos ordenó aplaudir y ella
predicó con el ejemplo de forma entusiasta. De haber tendió un ramo de rosas se
lo hubiera lanzado. La maestra dijo muy bien Paquito, pero la verdad no sé si
se llamaba Paquito o solo lo recuerdo así, pero digamos que si se llamaba Paquito
porque para ser poeta es necesario llamarse Paco. La maestra que era una mujer
menudita y joven nos preguntó que nos había parecido. Los estudiantes imberbes
de tercero o segundo o tal vez cuarto de primaria asentimos y lego nos
encogemos de hombros al unísono, o nos encogemos de hombros y luego asentimos, más
precisamente. Y ese es mi contacto con la poesía, los poetas, los Paquitos y
los mimos. Quiero decírselo a mi compañero, al poeta-mimo, pero mejor me quedo
callado, mirando algo curioso. Asiento y me encojo de hombros, o me encojo de
hombros y asiento más precisamente. Le respondo que no, que no soy poeta y no sé
nada de poesía. Soy un empleado de maquiladora del norte de México de más de 30
años, de rostro cansino, ojeras, cicatrices, mirada esquiva y sonrisa chueca.
Salgo a fumar. Salgo
a fumar solo. Me alejo lo más posible. Saco la cajetilla de mi abrigo, porque
por la noche hace frio, es invierno después de todo. Saco el encendedor de la
bolsa del pantalón. Enciendo el cigarro. Fumo. A lo lejos ve a los trabajadores
de maquiladora del norte de México platicando, fumando, riendo. Otros más se
encuentran sentados viendo la pantalla de su teléfono móvil. Yo solo fumo. Antes
de que se acabe el primer cigarro prendo otro. Fumo. Miro el cielo. Ya está
anocheciendo. Hay algunos destellos distantes en el cielo. Los árboles se
mecen suavemente y algunos pájaros
revolotean en el estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Veo más
allá de la reja, pasan pocos automóviles por la avenida. Algunas personas
entran a la farmacia de enfrente. Pasa un perro, parece perdido. Antes de que
se acabe el segundo cigarro prendo otro. Fumo. Fumo un cigarrillo tras otro
tratando de no volverme loco. Los pájaros siguen revoloteando en el
estacionamiento de esta maquiladora del norte de México. Le grito a los pájaros
y ellos se asustan y se van. Vuelan y se alejan. Se marchan al cálido sur, a
una isla en el Caribe o de vuelta a sus nidos, al lado de su adorada familia. Se
marchan a cualquier lugar lejos de aquí, de esta maquiladora del norte de México.
Apago el cigarro con la suela de mi zapato. Meto las manos dentro las bolas de
mi abrigo y me dirijo hacia dentro de esta maquiladora del norte de México. A seguir pasando piezas
automotrices por una enorme máquina de forma autómata por más de nueve horas.
Y eso es todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario