lunes, 26 de noviembre de 2012

We're not in Kansas anymore.


Regresaba a casa, inhalaba y exhalaba con dificultad, como un pez a la orilla de un riachuelo, un hilo atado a mis fauces me arrastraba a mi inevitable destino. Un caminar lento, mirada en los zapatos que en ratos se asemejan a tortugas en una estúpida e interminable carrera: cada paso una rebasa a la otra y así ad nauseam infinitum. Las rodillas cansadas de cargar con mi alma y los testículos pareciera que quieren implotar, volverse supernovas y escurrirse por mis pantorrillas. Voces obscenas, cantos de sirena urbanos…esta ciudad no es lugar para ser vivo alguno que sienta afecto por la propia existencia. Me siento cansado, muy cansado; me poso sobre  en una jardinera y soy capaz de levantar la vista en espera de un barquito de papel que me lleve a casa. Estoy cansado y todo se vuelve tan rojo, todo se pierde en un violento mar carmesí. ¿Estoy en casa?

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