sábado, 3 de diciembre de 2016

Un engranaje importante, yo diría fundamental, del Arte Contemporáneo es el Enemigo militante del Arte Contemporáneo, el que argumenta y vocifera contra el fraude de estos vagos que se han hecho millonarios gracias al snobismo de la masa, el que escribe libros con títulos que suelen ser variaciones de «La culpa es de Duchamp», y se ensaña ejemplificando las ridículas obras de arte («arte» con fuertes comillas) del Arte Contemporáneo. Esto último no le da trabajo: los ejemplos sobran, y sobran a tal punto que se podría llegar a sospechar que se los están sirviendo en bandeja, o que directamente los están haciendo para él. A partir del mingitorio de Duchamp, casi cualquier obra del Arte Contemporáneo, sacada de su contexto, de su historia, de la explicación que la envuelve, se presta a una descripción sardónica. Más que prestarse: se diría que fue hecha como objeto de esa descripción sardónica, y que ésta es algo así como el grado cero de su recepción. Sin ese primer escalón la recepción no puede alzar vuelo. En las discusiones que promueve el Enemigo del Arte Contemporáneo, es lo más común que apoye su argumentación con ejemplos imaginarios, creados por su fantasía agresiva, como «nadie me hará creer que colgar del techo preservativos llenos de mierda es arte». El que lo escucha no puede menos que preguntarse, aun sabiendo que el ejemplo es una creación del momento a efectos de convicción, si esa obra (con o sin comillas) no habrá sido hecha alguna vez. Y si no fue hecha, podría haberlo sido, o lo será, porque la lógica del ejemplo imaginario difamatorio —que es una forma de «cualquier cosa»— está en el origen de la creatividad.
El ejemplo difamatorio es algo más que el arma favorita del Enemigo del Arte Contemporáneo. Está latente en el núcleo de la proliferación. Es una promesa de realización, más allá de las realidades previsibles y programadas por una evolución razonable. Abre la verdadera creación, la no derivativa (…)
Precisamente el Enemigo del Arte Contemporáneo encuentra ahí uno de sus argumentos: el artista se ha vuelto un engranaje más, y ni siquiera el más importante, de un aparato hecho de curadores, galeristas, coleccionistas, asistentes, críticos, y hasta asesores de inversiones. Debería sumarse a sí mismo, como integrante fundamental del esquema.

– César Aira, «Sobre el arte contemporáneo / En La Habana», Literatura Random House, 2016.

No hay comentarios: