La gallina esta sobre el gris pavimento, a la orilla, mirada firme sobre
la carretera. Autos pasan a gran velocidad por el periférico. Autos compactos,
camionetas, autobuses, camiones de carga y motocicletas llevan conductores
y pasajeros ávidos, apurados, deseosos
de llegar a sus trabajos, escuela, casa o cualquier lugar que no sea ese,
circulando un periférico en hora pico. No hay tiempo para nada, no hay tiempo
para reflexionar las elecciones que te llevaron hasta este momento donde
avanzas apresuradamente por la carretera en tu automóvil que aun estas pagando,
ese automóvil símbolo de tu estatus, de tu valía ante los ojos de los otros. Los
otros y sus ojos, siempre acechando en todo lugar, entre las sombras, siempre
sonrientes. Amenazando tu cordura, tu tranquilidad apenas sales del confort y
seguridad de tu hogar. Ahí están ellos, sacando la basura, paseando al perro,
agitando manos y sonrientes, con esos ojos brillosos y muertos. Ojos que no
tienen tiempo para observar por la ventana la inquietud absoluta de lo mundano.
Si despegaras la vista un momento del camino o de la pantalla de tu celular y
observaras por la ventanilla, ahí la verías: una gallina sobre el gris
pavimento. Una gallina negra sobre el gris pavimento.
El caucho de las llantas quema sobre la grava, la fricción crea un
sonido que armoniza con el de los
vehículos cortando el aire. Ocasionalmente la música emana de los estéreos. Un
claxon pita y es repetido al unísono. Alguien grita y golpea enfurecido el
volante; alguien más le responde. Otro los observa un par de segundos y regresa
a escribir con una mano un mensaje en su teléfono móvil. Hay quien canta en su
auto, hay quien hurga su nariz o se muerde las uñas. Nadie observa por la
ventanilla a la gallina negra sobre el gris pavimento.
Una gallina esta sobre el gris pavimento. Una gallina negra. Una gallina
negra sobre el gris pavimento. La gallina sale de su meditación iluminada por
la certeza de que su Yo es indestructible, sustancia integral de la existencia
universal, por lo tanto, en el supuesto imposible de que desapareciera, el
universo mismo iniciaría un proceso encadenado de aniquilación. Kaput. El
tiempo y el espacio llegarían a su fin. Por consiguiente, en total calma, la
gallina negra avanza para cruzar el camino. Sin titubear coloca la primer pata
sobre el asfalto, infla el pecho, oscuro, rebosante y prosigue con la siguiente
pata, firme en la grava. El valor de un guerrero se mide por su arrojo, su
bravura ante la terrible adversidad. El guerrero no duda, no hay temor en su
corazón. La gallina no duda, la gallina no teme. No lleva más de media docena
de pasos nuestra afable heroína cuando llega la primera prueba: un bólido
motorizado queda a centímetros de arrollarla. No parpadea, no da paso atrás. No
duda, no teme. El ave gira sobre su propio eje, toma impulso y aletea para
sobrevolar el piso un par de metros. Al descender una destartalada camioneta
que transporta repollos viejos está a punto de impactarla pero la gallina no lo
piensa dos veces y repite la misma maniobra evasiva, extiende sus majestuosas
alas negras, ganando así otro par de metros. Un bocho está a unos cuantos
metros de aplastarla, avanza lo más rápido que su gastado motor se lo permite.
Gallina lo escucha, siente la vibración del suelo caliente bajo sus garras. Lo
observa acercarse, no hay temor en sus ojos, menos cuando se tiene un destino
ya marcado, menos cuando el cosmos juega a tu favor porque son uno mismo
cruzando esta carretera. Esquiva a su ridículo adversario con pasmosa gracia.
Sus movimientos son armónicos, coreográficos. Danza en esta pista de asfalto
como núbil bailarina para deleite de zar en la antigua Rusia. Naves conducidas
por necios, ciegos y desquiciados avanzan rápidamente pero son burlados con
facilidad por esta noble ave. Es casi una pena que nadie presencie el magnánimo
espectáculo, todos en sus naves muy ocupados con las gallinas que se traen en
la propia cabeza. Ni un espectador para nuestra pobre gallinita. No que lo
necesite, la propia acción es la recompensa. El saberse libre. El probar sus
mismos limites; extenderlos. He ahí la satisfacción plena.
O pero queden atentos, no todo es felicidad y verbena, un grupo de
motociclistas se acerca a toda velocidad, y se trata de la peor clase de seres
motorizados: cobradores, mensajeros y repartidores de pizza. Difuntos en vida,
traen a Moloch mismo habitando sus ojos muertos; la lengua negra de fuera y
enseñando los colmillos corroídos por una alimentación a base de frituras,
gaseosa y cigarros ligeros de caja blanda. Es en este momento cuando gallina
siente la fría cuchilla de la duda recorrer su espina. Se sabe en peligro.
Levanta la vista, el sol cala en su mirar. Recorre el cielo buscando algo, una
señal, que se abran las nubes y aparezca la mano de Dios con el pulgar arriba
en señal de buena voluntad; pero no lo necesita. No necesita señales, milagros
o al mismo Dios cuando se tiene voluntad, cuando se tiene un destino, y ese
destino es llegar al otro lado del camino. Las burdas bestias están
prácticamente sobre ella, jadeantes y hediondos. En perfecta parsimonia gallina
da paso adelante y paso atrás; a un lado y al otro. Como baile de cuadrilla en
pedestre orgia de borrachos en granero. Conoce tu cuerpo y sus movimientos.
Estúdialo, disciplínalo. Que el baile sea una expresión de tu ser cuando te
mueves por la autopista. Ráfagas de viento y el tosco rugir de los motores la
atacan por ambos flancos, pero esta inmutable, concentrada en controlar cada
fibra de su cuerpo en gloriosa coreografía hasta liberarse del embate de fierro,
caucho y gasolina, terminando su interpretación con una reverencia en mitad de
la autopista. Pero apenas deja atrás a la pérfida jauría cuando un autobús
escolar le pasa por encima. Se salva de milagro gracias al tamaño de semejante
monstruo y que alcanzo a bajar la mollera. Se ha confiado. La apabullante
victoria sobre los gandules en motocicleta la colmo de soberbia. Un error. Esto
no debe pasar. Menos ser derrotado por tan lamentable monstruosidad repleta de
diabólicos duendes babeantes, enloquecidos por el azúcar. Aprender de la falla
y rectificar. Ese es el camino a seguir por el guerrero. Voluntad absoluta. Al
acercarse a paso firme un auto compacto de modelo reciente y color chillante,
conducido por una anémica estudiante de posgrado en amplias gafas, da un paso
atrás, toma impulso y se eleva ante el sol como pájaro de fuego. Vuela, contra
toda posibilidad física vuela, se eleva varios metros sobre la tierra hasta
llegar a solo unos cuantos pasos de la orilla. No hay limitantes lógicos para
una gallina con destino. Y he aquí a esta gallina, contemplando tan de cerca el
otro lado del camino. El sabor de la victoria le empieza a subir por el
gaznate, hasta llegar a la lengua, revolotear adentro del pico, hasta casi
disfrutarlo. Dejarse seducir por el dulce canto de la victoria, dejarse mecer
por sus cálido torrente de miel; pero no hay sabor más amargo que el del
triunfo prematuro, el de creerse ganador antes de tiempo, cuando aún no se lo
es, antes de merecerlo.
Una gallina esta sobre la autopista. Una gallina negra a un metro del
gris pavimento. Cruza bollas amarillas que se encuentran en su camino. Asfalto
pintado de azul. Esta sobre la ciclo vía. Una llanta rodada a 30 pulgadas
aplasta por la mitad a su robusto cuerpo. Deja escapar un seco y lastimoso
cacareo. La llanta trasera pasa sobre ella. Plumas negras se mecen por el aire
en toda dirección. El ciclista no se inmuta, no cae en cuenta de lo sucedido.
Hombre de mediana edad, administrador de empresas, dejo su empleo como gerente
en gran corporación para poner negocio propio de bicicletas. Defensor
incansable del ciclismo como transporte alternativo, amistoso con la ecología.
Recientemente convertido al vegetarianismo. Hombre consiente. Nuestro deber es
cuidar a la madre tierra. En sus audífonos lleva el audiolibro de El camino del
guerrero, de Paulo Coelho. El guerrero no duda, no hay temor en su corazón.
Una gallina esta sobre el camino. Una gallina negra yace tan cerca del
gris pavimento. Sangre y tripas expandidas por el asfalto pintado de azul de la
ciclo vía. Es el fin de la gallina, el fin del universo. Yace la mirada fija al
otro lado del camino.
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